miércoles, 26 de octubre de 2011

La mujer y la Iglesia en la Edad Media

En los siguientes textos históricos recopilados de mis lecturas teológicas, veremos de primera mano qué opinión tenía la Iglesia católica sobre la mujer. No será cosa baladí para estudiar la mentalidad eclesial con respecto a la brujería.




Haimo de Auxerre (s.VIII):


En la Iglesia se entiende por mujer a quien obra de manera mujeril y boba.


Odón, abate de Cluny (siglo X):

La belleza física no va mas allá de la piel. Si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, la vista de las mujeres les sublevaría el corazón. Cuando no podemos tocar con la punta del dedo un escupitajo o la porquería, ¿cómo podemos desear abrazar ese saco de estiércol?.

Marborde, obispo de Rennes, luego monje en Angers (siglo XI):

Entre las innumerables trampas que nuestro taimado enemigo ha tendido a través de todas las colinas y todas las llanuras del mundo, la peor y la que casi nadie puede evitar es la mujer, funesto cepo de desgracia, vástago de todos los vicios, que ha engendrado en el mundo entero los escándalos mas numerosos... La mujer dulce mal, a la vez panal de cera y veneno, que con espada untada en miel atraviesa el corazón mismo de los sabios.

Roger de Caen en el siglo XI:

Créeme hermano, todos los maridos son desgraciados. El que tiene una esposa vil siente repugnancia por ella y la odia; si es hermosa, tiene un miedo terrible a los galanes... Belleza y virtud son incompatibles... Mujer hay que da a su esposo tiernos abrazos y le besa con dulces besos, al tiempo que segrega el veneno en el silencio de su corazón. La mujer no tiene miedo a nada; cree que todo está permitido.


Graciano (s.XII):


La mujer no puede recibir órdenes sagradas porque por su naturaleza se encuentra en condiciones de servidumbre.

El clérigo André Le Chapelain, en el libro De amore (1185):

La mujer es un verdadero diablo, un enemigo de la paz, una fuente de impaciencia, una ocasión de disputas de la que el hombre debe mantenerse alejado si quiere gustar la tranquilidad... Que se casen aquellos que encuentran atractivos en la compañía de una esposa, en los brazos nocturnos, en los berridos de los niños y en los tormentos del insomnio... Nosotros, si es que está en nuestro poder, perpetuaremos nuestro nombre con el talento y no por el matrimonio, con libros y no con hijos, con el concurso de la virtud y no con el de una mujer.

Oigamos ahora la predicación de san Bernardino de Siena:

¿Hay que barrer la casa? Si, házsela barrer. ¿Hay que volver a lavar la escudilla? Hazle que vuelva a lavarlas. ¿Hay que tamizar? Hazla tamizar, hazla tamizar. ¿Hay que hacer la colada? Haz que la haga en casa. ¡Pero si tiene criada¡. Que tenga criada. Que lo haga tu esposa, no por necesidad de que sea ella quien lo haga, sino para darle una tarea. Haz que cuide a los niños, que lave los pañales y todo. Si no la acostumbras a hacerlo todo, se convertirá en un buen trocito de carne. No le des gustos, te lo digo yo. Mientras la mantengas activa, no se quedará a la ventana y no se le pasará por la cabeza unas veces una cosas, otras otra.


Según el predicador Ménot:

Para hacerse ver del mundo tendrá toda suerte de vanos ornamentos: grandes mangas, la cabeza emperejilada, el pecho descubierto hasta el vientre con una gasa ligera, a cuyo través se puede ver todo lo que no debería ser visto por nadie... Es... con tal desvergüenza de ropa como pasa, con su libro de horas bajo el brazo, por delante de una casa donde hay una decena de hombres que la miran con ojos codiciosos. Pues bien no hay ninguno de esos hombres que no caigan por causa de ella en pecado mortal.


Santo Tomás de Aquino (s.XIII):


Como el sexo femenino no puede significar ninguna eminencia de grado, porque la mujer tiene un estado de sujeción, por eso no puede recibir el sacramento del Orden.

El franciscano Álvaro Pelayo en el De planctu ecclesiae hacia 1330:

Sus palabras son de miel. Es falaz. Está llena de malicia. Toda malicia y toda perversidad proceden de ella. Es charlatana, sobre todo en la iglesia. Dominadas frecuentemente por los delirios, matan a sus hijos. Algunas son incorregibles.

Bernard de Morlas, monje de Cluny en el De contemptu feminae (en verso) redactado en el siglo XII:

La mujer innoble, la mujer pérfida, la mujer cobarde. Mancilla lo que es puro, rumia cosas impías, estropea las acciones. La mujer es una fiera, sus pecados son como la arena. No voy, sin embargo, a maldecir a las buenas a las que debo bendecir. Que la mala mujer sea ahora mi escrito, que ella sea mi escrito, que ella sea mi discurso. Toda mujer se regocija pensando en el pecado y en vivirlo. Ninguna, desde luego, es buena aunque ocurre, sin embargo que alguna sea buena.

La mujer buena es mala cosa, y no hay casi ninguna buena. La mujer es mala cosa, cosa malamente carnal, carne toda entera. Solícita para perder, y nacida para engañar, experta en engañar, abismo inaudito, la peor de las víboras, hermosa podredumbre, camino deslizante, lechuza horrible, puerta pública, dulce veneno. Se muestra enemiga de quienes la aman, y se muestra amiga de sus enemigos. No exceptúa a nadie, concibe de su padre y de su nieto. Abismo de sexualidad, instrumento del averno, boca de los vicios. Mientras las recolecciones sean dadas a los labradores y confiadas a los campos.

Esta leona rugirá, esta fiera reinará, opuesta a la ley. Ella es el delirio supremo, y el enemigo íntimo, la plaga íntima. Por sus astucias una sola es mas hábil que todos. Una loba no es peor, porque su violencia es menor, ni una serpiente, ni un león. La mujer es una feroz serpiente por su corazón, por su cara o por sus actos. Una llama muy potente repta en su pecho como un veneno. La mujer mala se pinta y se adorna con sus pecados. Se maquilla, se falsifica, se transforma, se cambia y se tiñe. Engañosa por su brillo, ardiente en el crimen, crimen ella misma.

Se complace en ser dañina cuanto puede. Mujer fétida, ardiente para engañar, llama de delirio. Destrucción primera, lo peor de todo, ladrona del pudor. Ella arranca sus propios retoños de su vientre. Ahoga a su progenitura, la abandona, la mata, en un encadenamiento funesto. Mujer víbora, no ser humano, sino bestia fiera, e infiel a si misma. Ella es asesina del niño, y mucho mas del suyo primero. Mas feroz que el áspid y mas furiosa que las furiosas. Mujer pérfida, mujer fétida, mujer infecta. Ella es el trono de Satán, el pudor le resulta una carga; huye de ella lector.

En el Malleus maleficarum:

Toda la malicia no es nada junto a la malicia de mujer. La mujer ¿qué otra cosa es sino la enemiga de la amistad, la pena ineluctable, el mal necesario, la tentación natural, la calamidad deseable, el peligro doméstico, la plaga deleitable, el mal de la naturaleza pintado en colores claros?. Una mujer que llora es una mentira. Una mujer que piensa sola, piensa en el mal. Es crédula, impresionable, charlatana, inconstante en el ser y en la acción, deficiente en sus fuerzas de cuerpo y de alma, semejante al niño por la debilidad del pensamiento, mas carnal que el hombre (se ve por sus múltiples infamias).


Por naturaleza tiene una fe mas débil. Fémina viene de fe minus, porque siempre tiene y guarda menos fe. Tiene afecciones y pasiones desordenadas que se desencadenan en los celos y en la venganza, los dos resortes principales de la brujería. Es mentirosa por naturaleza, no sólo en su lenguaje sino también en su aspecto, su porte y su atuendo. Pero la razón natural es que es mas carnal que el hombre, como resulta claro de sus muchas abominaciones carnales. Y debe señalarse que hubo un defecto en la formación de la primera mujer, ya que fue formada de una costilla curva, es decir, la costilla del pecho, que se encuentra encorvada, por decirlo así, en dirección contraria a la de un hombre, y como debido a este defecto es un animal imperfecto, siempre engaña.

El Malleus concluye con Catón de Útica:

Si no existiera la malicia de las mujeres, incluso sin hablar para nada de las brujas, el mundo se libraría de innumerables peligros. La mujer es una quimera. Su aspecto es hermoso; su contacto fétido, su compañía mortal. Es mas amarga que la muerte, es decir que el diablo cuyo nombre es la muerte según el Apocalipsis.

Para Martín de Castañega:

Lo primero, porque Cristo las apartó de la administración de sus sacramentos, por esto el demonio les da autoridad mas a ellas que a ellos en la administración de sus sacramentos. Lo segundo, porque mas ligeramente son engañadas del demonio, como parece por la primera que fue engañada, a quien el demonio primero tuvo recurso que al varón. Lo tercero, porque son mas curiosas en saber y escudriñar cosas ocultas, y desean ser singulares en el saber, como su naturaleza se lo niegue. Lo cuarto, porque son mas sujetas a la ira, y mas vengativas, y como tienen menos fuerzas para vengarse de algunas personas contra quien tienen enojo, procuran y piden venganza al demonio.

El humanista y religioso Battista Mantovano en el siglo XV:

El género femenino es servil, despechado, lleno de veneno: Cruel y fiero, lleno de traición, sin fe, sin ley, sin sentido común, sin razón. Despreciador de derecho, justicia y equidad. Es inconstante, móvil, vagabunda, sucia, vana, avara, indigna, sojuzgadora, mentirosa, amenazadora, peleona, charlatana, arrebatada, impaciente, envidiosa, engañadora, crédula, borracha, onerosa, temeraria, mordaz, falaz, chula, devoradora, bruja, ambiciosa y supersticiosa, petulante, indocta, perniciosa, débil, litigante, nerviosa, despechada y muy vengativa. De halago y molestia llena, abandonada a la cólera y al odio, llena de cieno y sinulación. Para vengarse buscando dilación, impetuosa, ingrata, muy cruel, audaz y maligna, rebelde.

Finalmente Santa Teresa de Jesús (1515-1582):


Aunque las mujeres no somos buenas para el consejo, algunas veces acertamos.


Tengo experiencia de lo que son muchas mujeres juntas. ¡Dios nos libre!



martes, 25 de octubre de 2011

Magos y adivinos en la España visigoda

Para redactar este texto me he basado principalmente en las etimologías de San Isidoro de Sevilla, escritas a comienzos del siglo VII y en los concilios del siglo VI-VII. Las etimologías, valiosísima enciclopedia, no solo nos habla de los tipos de magos existentes en la época, sino lo que era la opinión sobre la misma de su principal rival: La iglesia.

Bajo mi punto de vista lo mas bonito de este documento es que mostraré textos de la época, sin manipulaciones ni interpretaciones modernas. Esto nos sumerge de modo profundo y veraz en la salvaje mentalidad de la época y sus costumbres. Podreis ver la titánica lucha de la Iglesia contra los restos del paganismo antiguo, mas importante en esta época de lo que muchos creen.

Algunos campesinos de época visigoda se disfrazaban de orcos en festividades (mal visto por la iglesia), desde al menos época romana. Orco era el dios de la muerte (similar a Hades o Plutón) de los etruscos y romanos. La palabra ogro viene de orco. Entre los siglos V-XV, en el País Vasco, las mujeres adornaban las tumbas de sus muertos con flores y velas. Dichas tumbas eran también adoradas como si fuesen Dioses, evitando ir a la iglesia. La iglesia trató de corregir esta costumbre. Entre el 510 y el 520, en el noroeste peninsular se encendían velas junto a los peñascos, arboles, fuentes y encrucijadas de los caminos. Desde tiempo inmemorial, el culto al fuego existió en Galicia. En el 825, los vascos de Álava eran adoradores del fuego. Desde al menos la época romana, se daba en la península el culto a las encinas y a los árboles. Había fuentes milagrosas que curaban enfermedades e incluso los maleficios. También había pozos conocidos como lugares malditos y solitarios, que los caminantes evitaban. Se han encontrado enterramientos junto a las aguas milagrosas.

Aunque el arrianismo había sido oficialmente anulado en el 589, este no había sido erradicado del todo (especialmente entre los cristianos godos). Siendo reemplazado por el catolicismo. Las persecuciones de judíos y paganos eran frecuentes. En el extremo sur de España se encontraban aún los bizantinos mientras que en el norte se hallaban las feroces tribus de los paganos astures, cantabros y vascones. La costumbre de disfrazarse con pieles de animales (ciervo, cordero o novilla entre otros) entre los hispanos estaba muy extendida según San Isidoro. Estas costumbres eran de origen indígena, al igual que el uso de máscaras y cornamentas de ciervo para entregarse a prácticas inmorales. También menciona los amuletos en forma de luna, que llevan principalmente las mujeres.

San Martín Dumiense condena en Galicia durante el siglo VI varias prácticas que coinciden con los concilios (las tres primeras):

1-Hacer encantamientos con hierbas.
2-Nombrar las mujeres a Minerva al tejer.
3-Poner ramos de laurel.
4-Encender velas a las piedras, a los árboles, a las fuentes y a los caminos.
5-Observar los idus, las fiestas de Vulcano y las kalendas.
6-Adornar las mesas.
7-Echar vino y cereales sobre el hueco de un tronco.
8-Arrojar pan a las fuentes.
9-Observar el día de Venus al casarse, y el pie al salir.
10-Hacer encantamientos con nombre de diablos.

San Isidoro escribe que el ceraunio que se producía en las costas de Lusitania, cuyo color era similar al del carbunclo, servía para defenderse de los rayos. Solino habla de estas piedras casi con las mismas palabras que San Isidoro: en las costas de Lusitania existe en gran cantidad una piedra preciosa, llamada ceraunio, superior a la de la India; es de color carbunclo y su cualidad experiméntase con la luz, pues resiste a la acción de ésta. Dícese que tiene virtud contra el rayo. Supersticiones semejantes perviven en el oeste de la península.

En sus etimologías, escritas hacia el 625, San Isidoro dedica un capítulo completo a los magos:

El primero de los magos fue Zoroastro, rey de los bactrianos, a quien Nino, rey de los asirios, mató en un combate. De él escribe Aristóteles que compuso dos millones de versos (Nt: La noticia de los 2 millones de versos, con un total de 10 millones de palabras, pertenece al acervo legendario en torno de este personaje, donde no se cita a Aristóteles, sino a Hermipo.), como lo prueban sus volúmenes. Muchos siglos después desarrolló Demócrito este arte, en tiempos en que también Hipócrates sobresalió en el cultivo de la medicina. Numerosas eran entre los asirios las artes mágicas, según testimonio de Lucano:”¿Quién conocer podrá el destino, consultando entrañas de animales? ¿Quién por las aves descubrir los hados? ¿Quién observar los relámpagos del cielo y escrutar los astros con la atención propia de un sirio?”. Y así esta vanidad de las artes mágicas, emanada de los ángeles perversos, estuvo vigente durante muchos siglos en todo el orbe de la Tierra.

Por medio de cierta ciencia de las cosas futuras y de los infiernos, así como la evocación de éstos, se idearon los auspicios, los augurios, los llamados “oráculos” y la necromancia. Y no hay que admirarse de la reputación de los magos, cuyas artes para realizar maleficios experimentaron tan enorme progreso, que llegaron a presentar prodigios similares a los que Moisés realizaba, transformando varas en serpientes y las aguas en sangre (Nt: Pero luego no pudieron realizar los prodigios efectuados por Moisés y Aarón en la plaga tercera y en la sexta.). Se cuenta que maga famosísima fue Circe (Agustín alude al mito de Circe y de los árcades. Cuando alguno de éstos pasaba a nado al otro lado de un cierto estanque, se convertían en lobos), que metamorfoseó a los compañeros de Ulises en bestias. También se lee respecto al sacrificio que los árcades ofrendaban a su dios en el monte Liceo, que cualquiera que tomaba algo del mismo adquiría el aspecto físico de un animal. De aquí se desprende que no resulta totalmente falso lo que aquel noble poeta escribe refiriéndose a una mujer que destacaba por sus artes mágicas: “Promete aquélla liberar con sus hechizos los espíritus que quiera, y en otros infundir crueles desvelos, detener el curso de los ríos y hacer que los astros retrocedan. A los manes evoca por la noche. Debajo de tus plantas verás mugir la tierra, y a los olmos descender de las montañas”.

¿Qué mas si es lícito creer que la pitonisa hizo salir al alma del profeta Samuel (Nt: Se refiere a la consulta que hace Saúl a la pitonisa de Endor tal como lo encontramos en I Sam. 28,7-25.) de las entrañas del infierno y presentarse ante los ojos de los vivos; a no ser que creamos que fue el alma del profeta y no alguna fantasmogórica ilusión realizada por la falacia de Satanás?. Refiriéndose a Mercurio, dice también Prudencio: “Se dice que con el movimiento de su vara hacía volver a la luz los espíritus de los difuntos, pero que a otros los condenó a la muerte”. Y un poco mas adelante añade: “Pues con su mágico murmullo era capaz de que comparecieran tenues figuras y encantar hábilmente las cenizas sepulcrales. Su arte criminal supo asimismo despojar a otros de vida”.

Magos (magi) son aquellos a quienes la gente suele dar el nombre de “maléficos” (malefici) por la magnitud de sus crímenes. Ellos perturban los elementos, enajenan las mentes de los hombres, y sin veneno alguno, provocan la muerte simplemente con la violencia emanada de sus maleficios. De ahí Lucano: “La mente, sin estar inficionada por la inoculación de veneno alguno, parece encantada”. Conjurando los demonios, se atreve a airear la manera de cómo uno puede eliminar a sus enemigos sirviéndose de malas artes. Se sirven también de sangre y de víctimas, y a menudo tocan los cuerpos de los muertos.

Los necromantes (necromantii) son aquellos con cuyos encantamientos (praecantationobus) se aparecen los muertos resucitados y adivinan y responden a las preguntas que se les formulan. En griego nekrós significa “muerto”, y manteía, “adivinación”. Para evocarlos se emplea la sangre de un cadáver, pues se dice que a los demonios les gusta la sangre. Por eso, cada vez que se practica la necromancia, se mezcla sangre con agua, para hacerlos aparecer mas fácilmente mediante la roja sangre.

Los hidromantes (hydromantii) derivan su nombre del “agua”. La hidromancia consiste en evocar, mediante la observación del agua, las sombras de los demonios, ver sus imágenes o espectros, escuchar de ellos alguna información y empleando sangre, buscar información en los infiernos. Se dice que este tipo de adivinación fue introducido por los persas. Varrón afirma que hay cuatro clases de adivinación (Nt: La adivinación partiendo de objetos sin vida tiene formas muy variadas. Las que recoge Isidoro, tomadas de Varrón, son sugestivas, pero sujetas al esquema de los cuatro elementos de la cosmología antigua), según se utilice la tierra, el agua, el aire o el fuego. De acuerdo con esto se denominan, respectivamente, geomancia, hidromancia, aeromancia o piromancia.

El nombre de adivino (Divini) viene a significar “lleno de Dios”: fingen estar hechidos de Dios y con artificios engañosos predicen el futuro a los hombres. Dos son los tipos de adivinación: el arte y el delirio.

Los llamados encantadores (Incantatores) practican su destreza sirviéndose de palabras.

Los ariolos (Arioli) reciben este nombre porque formulan abominables plegarias ante las aras de los ídolos y les ofrecen funestos sacrificios, después de cuya realización reciben las respuestas de los demonios.

El nombre de arúspice (Haruspice) significa algo así como “observadores de las horas” (Nt: Haruspices son los que examinan las entrañas de las víctimas. A veces se omite la h inicial, que también a veces reaparece en ariolus, que podemos considerar como un derivado. Haruxpex sería un compuesto híbrido etrusco-latino), y es que ellos tienen muy en cuenta los días y las horas en la ejecución de los asuntos y trabajos, y establecen que es lo que el hombre debe cumplir en cada momento. Examinan también las entrañas de los animales y por ellas predicen el futuro.
Los augures (Augures) son los que observan el vuelo y canto de las aves, así como otras señales de las cosas o sucesos imprevistos que acontecen al hombre. Se los denomina también “aúspices”, pues los “auspicios” es lo que observan quienes emprenden un viaje. Se llaman “auspicios”, como si dijéramos “observación de las aves”; y “augurio”, algo así como “parloteo de las aves”, haciendo naturalmente referencia al canto y lenguaje de las aves. De la misma manera “augurio”, puede interpretarse como avigerium, “lo que las aves llevan”. Hay dos clases de auspicios: uno que está relacionado con los ojos, y el otro que lo está con los oídos. Con los ojos, como el vuelo; con los oídos, como el canto de las aves.

Las pitonisas (Pythonissae) derivan su nombre de Apolo Pitio, inventor de este tipo de adivinación.

A los astrólogos (Astrologi) se los llamó así porque hacen sus augurios fijándose en los astros.

A los genetliacos (Genethliaci) se les dio tal nombre porque prestan suma atención al día del nacimiento. Describen el horóscopo de los hombres siguiendo los doce signos del cielo; y de acuerdo con el curso de las estrellas intentan predecir las costumbres, hechos y acontecimentos de los nacidos, es decir, bajo que sino ha nacido uno y que efecto va a tener en su vida. La gente suele darle el nombre de “matemáticos”. A este tipo de adivinación, los latinos la denominan “constelaciones”, es decir, “posiciones de los astros”, en que situación se encuentran cuando alguien nace. En un principio, los intérpretes de las estrellas eran conocidos como “magos”, como puede leerse acerca de los que, en el Evangelio, anunciaron que Cristo había nacido; mas tarde se los denominó simplemente “matemáticos”. La ciencia de este arte le fue concedida al hombre hasta la predicación del Evangelio, de manera que, una vez nacido Cristo, nadie en adelante tratará de interpretar el nacimiento de otra persona fijándose en el cielo.

A los horóscopos (Horoscopi) se les dio este nombre porque examinan las horas en que tuvo lugar el nacimiento de las personas para descubrir su dispar y diverso destino.

Sortílegos (Sortilegi) (Nt: El sortilegio –a veces convertido en rapsodomancia- conoció una gran difusión. Así se nos han conservado la sortes Homericae, las sortes Vergilinanae- solamente en la Historia Augusta encontramos ocho casos- y, con los cristianos, las sortes Biblicae.) son los que so capa de una falsa religión, practican la ciencia adivinatoria sirviéndose de lo que ellos llaman “suerte de ángeles”, o bien prometen descubrir el futuro mediante el examen de determinadas escrituras.

A los salisatores (salisatores) se les aplica este nombre porque, por el movimiento de algunas partes de sus miembros, predicen que algo va a resultar próspero o desfavorable. A todas estas prácticas pertenecen también los amuletos de remedios execrables condenados por los médicos y que consisten en ligaduras, en marcas, encantamientos o en objetos diversos que han de llevarse colgados o atados.

En todo ello se evidencia el arte de los demonios, emanado de una pestilente sociedad de hombres y ángeles malos. De ahí que el cristiano deba evitar todo esto, y repudiarlo y condenarlo y condenarlo con todo tipo de maldiciones. A los frigios se debe la práctica de los augurios por medio de las aves. Se dice que el inventor del prestigio (praestigium) fue Mercurio. Se llama prestigio porque “engaña” a nuestros ojos. (Nt: Cicerón nos ha conservado unos versos de Cecilio alusivos a esta etimología: praestigium: praestringere oculos.)

Se cuenta que un tal Tages (Nt: Tages es una de las importantes figuras de la mitología etrusca) que transmitió a los etruscos el arte de la aruspicina (aruspicinae): dictó con sus propios labios la ciencia de los arúspices (aruspicinan), y nunca mas fue visto. Cuenta la fábula que en una ocasión en que un campesino se encontraba arando, surgió súbitamente de entre los terrones y le dictó la ciencia aruspicial, muriendo ese mismo día. Los romanos tradujeron esos libros de la lengua etrusca a la latina.

En adelante me voy a concentrar en los concilios en los que se trata el tema de la magia, por orden de fecha.

En el II concilio de Braga en el 572, en el canon 59 se dice:

Que no sea lícito a los obispos o clérigos hacer encantamientos (incantaturas) o ligaduras.

No está permitido a los clérigos -cualquiera que fuera su dignidad- ser encantadores (incantatores) y hacer ligaduras, esto es, uniones de almas. Si alguno practicase estas cosas sea arrojado de la iglesia.

El canon 71, prescribe penitencia durante cinco años a los que

Siguiendo la costumbre de los paganos, introdujeren en sus casas a adivinos y sortílegos, para que hagan salir fuera al espíritu malo, o descubran los maleficios, o realicen las purificaciones de los paganos.

El canon 72 prohibe a los cristianos el conservar las tradiciones de los gentiles ni festejarlas, ni tampoco tomar en cuenta los elementos, o el curso de la luna, o de las estrellas, o la vana falacia de los astros para la construcción de casas, o para la siembra o plantación de árboles, o para la celebración del matrimonio.

El 73, advierte que no están permitidas celebrar las perversas fiestas de las calendas ni entregarse a las diversiones gentiles, ni cubrir las casas con laurel o con el verdor de los árboles, pues todas estas prácticas son del paganismo. En el siguiente canon, el 74, impide recoger hierbas medicinales para uso de algunas superticiones o encantamientos (incantationes), y por último el 75, advierte a las mujeres que no les está permitido el entregarse a alguna fórmula supersticiosa al tejer la lana.

En el 589 se celebró concilio en Narbona, el canon 4 ordena

Que ningún hombre, sea ingenuo, siervo, godo, romano, sirio, griego o judío, haga ningún trabajo en domingo. No se unzan los bueyes, a no ser que sobreviniere una necesidad de cambiar de lugar, y si alguno se atreviere a hacerlo, si se trata de un ingenuo, pague al conde de la ciudad seis sueldos, si de un siervo, recibirá cien azotes.

En el canon 14 se manda que

Si fueren hallados hombres o mujeres adivinos de los que dicen que son sortílegos (sorticularios) en casa de algún godo o romano, sirio, griego o judío, o si alguno se atreviere de ahora en adelante a consultar sus engañosos cánticos y no quisiere acusar esto públicamente, por haberse atrevido a ello no solo será separado de la iglesia sino también deberá pagar al conde de la ciudad seis onzas de oro. Y aquellos que llenos de esta maldad echan suertes (sortes) y adivinaciones (divinationes) y engañan al pueblo con sus prevaricaciones, dondequiera que sean hallados o halladas, sean libres o siervas, sean duramente azotados en público y vendidos y su precio repartido entre los pobres.

En el IV concilio de Toledo del año 633, presidido por San Isidoro de Sevilla, en el canon 29 se establecía que

Si se descubriera que algún obispo, presbítero o diácono, o cualquier otro del orden clerical, consultaba magos, arúspices, ariolos, augures, sortílegos (sortilegos) o a los que profesan artes ocultas o a algunos otros que ejercen cosas parecidas, depuestos del honor de su dignidad sean encerrados en un monasterio, consagrados allí a una penitencia perpetua lloren el crimen cometido de sacrilegio.

El XII concilio de Toledo en el 681, que coincidió con la subida al trono de Ervigio, el rey entregó un largo escrito a los obispos en el que les indicaba a estos que pusieran gran interés en desatar las ligaduras de los culpables, corregir las costumbres deshonestas de los pecadores. Mostrarán su celo fervoroso contra los infieles, acabarán con la morbosidad de los soberbios, aliviarán el peso de los oprimidos y, lo que es mas que todo extirpad de raíz la peste judaica que siempre se renueva con nuevas locuras y pedía añadieran a las leyes, ya establecidas contra ellos, una clausula confirmatoria.

En el canon 11 trata de los adoradores de ídolos, en el que aduciendo los

Preceptos del Señor que dijo: No te harás obra de escultura, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo de abajo en la tierra; no las adorarás ni les darás culto, y el de: El hombre o la mujer que hace el mal en la presencia del Señor tu Dios, y viola el pacto del Señor, yendo a servir a dioses ajenos y adorarlos, y al sol y a la luna y a toda la milicia del cielo, lo cual yo he mandado, si te dieren aviso de esto, que en oyéndolo harás con toda diligencia una investigación, y si encontrares que es verdad y que en Israel se ha practicado tal abominación, sacarás al varón y a la mujer que ejecutaron un crimen tan malvado, a las puertas de la ciudad, y serán apedreados.

E instituyeron que avisaban a los adoradores de ídolos, a los que veneraban las piedras, a los que encendían antorchas, y a los que adoraban las fuentes y los árboles, que se condenaban espontáneamente; y que

Todo sacrificio de idolatría, y cualquier cosa en contra de la santa fe, que los hombres necios, esclavizados por el culto del diablo practican, por intervención del obispo o del juez, dondequiera que se descubriere alguno de estos sacrílegos, sea arrancado de raíz y una vez arrancados, sean aniquilados; y castiguen con azotes a todos aquellos que concurren a un horror de esta naturaleza, y cargándolos con cadenas los entreguen a sus señores.

De aquel XII concilio de Toledo del 681, dimanaron las primeras leyes civiles, recogidas en el llamado Fuero Juzgo, sobre

Los maléficos y de los que preguntaban a los vaticinadores, y a los que hacen los vergambres. De los adivinos y de los venéficos ponzoñadores, y de los que toman su consejo. De los magos y de los que piden consejo a los astrólogos.

Leyes que por su trascendencia a continuación detallo:

Quien toma consejo de muerte o de vida del rey o de otro hombre con los ariolos, o con los arúspices (Emilian. Arúspices, incantatores), o con los vaticinadores, y los que les responden,, y con los que catan en la espada, o con los agoreros, con todas sus cosas, sean siervos de la corte o de aquel a quien los mandare el rey dar, que los haya mientras vivieren después de que fueren azotados.

Y si hacen sus padres, deben haber toda la buena del padre, y además la dignidad que perdió el padre. Y los siervos que esto hicieren, sean atormentados por muchas maneras y sean vendidos, que los lleven a ultramar, que estos no sean escusados de haber penas, que por su agrado hacen estos adivinamientos.

La segunda ley condena a los que hacían brebajes (venéficos), en estos términos:

Los que hacen pecados de muchas maneras, deben ser penados de muchas maneras. Y primeramente aquéllos que dan hierbas, deben haber tal pena, que si aquel a quien dieran las hierbas muriere, mano a mano deben ser penados los que se las dieron, y morir malamente. Y si por ventura escapara de la muerte aquel que los bebiere, el que se las dio debe ser metido en su poder, para que haga con él lo que quisiere.

La tercera se refiere a los jueces que no pudiendo conseguir con sus investigaciones la detención del reo se valían de los maléficos para lograr sus propósitos; cuyo tenor es el siguiente:

Así como la verdad no es aprendida por la mentira, así se sigue que la mentira no viene de la verdad; que toda verdad viene de Dios, y la mentira viene del diablo, que el diablo fue siempre mentirero. Y porque cada una de estas a su príncipe, ¿cómo debe hombre pesquisar la verdad por la mentira? Que algunos jueces que no son de Dios, y son llenos de error, cuando no pueden hallar por pesquisa a los malhechores van a tomar consejo con los adivinos, arúspices, vaticinadores, augures, y no cuidan hallar verdad si no toman consejo con estos; mas por ende no pueden hallar verdad, porque quieren demandar por mentira, y quieren probar los malos hechos por las adivinaciones, y los malhechores por los adivinadores; y dan asimismos el lugar del diablo con los “adivinadores”.

Y por ende mandamos que si algún juez quisiere pesquirir, o probar alguna cosa por “adivinos” o por “agoradores”, o si algún hombre toma consejo con estos tales de muerte o de vida de otro, o demandar que les respondan en alguna cosa, haga la enmienda que dice en el sexto libro de la ley que es en el segundo título en la era primera en la ley que dice: De los que toman consejo con los “adivinadores” de muerte o de vida de otro. Mas los jueces no sean tenidos de la pena de esa ley, los cuales demandan los “adivinadores”, no por probar por ellos nada, mas por demostrar que son a tales ante muchos, y por hacer vengan a ellos. Y porque estos tales agoradores son aborridos de Dios, por ende establecemos en esta ley especialmente que todo hombre que es agorador, o que se guía por agoros o por adivinanzas, reciba cien azotes. Y si después tornare en ello, pierda toda buena testimonia, y reciba otros cien azotes.

La cuarta, hace referencia a los encantadores, y de los que de ellos se aconsejan, la cual dice:

Los proviceros, o los que hacen caer pedrisco en las viñas o en las mieses, y los que hablan con los diablos, y les hacen turbar las voluntades a los hombres y a las mujeres, y aquellos que hacen cercos de noche, y hacen sacrificios a los diablos, estos tales o cualquier que el juez o su merino les pudiere hallar o probar, háganle dar a cada uno doscientos azotes, y señálelos en la frente otros que los vieren sean espantados por la pena de estos. Y porque no hayan poder de hacer tal cosa de aquí en adelante, el juez los meta en algún lugar o vivan, y que no puedan empecer a los otros hombres, o los envie al rey que haga con ellos lo que quisiere. Y los que tomaren consejo con ellos reciban doscientos azotes cada uno de ellos; que no deben ser sin pena los que por semejable culpa son culpados.

Finalmente, otra ley dispone algo así como reza en el dicho popular cuando se toman la justicia por su mano: ojo por ojo y diente por diente, en la cual se establece:

Que todo hombre libre o siervo que por encantamiento o por ligamiento hace mal a los hombres o a las animalias, o a otra cosa en viñas, o en mieses, o en campos, o hiciere cosa porque hagan morir algún hombre, o ser mudo, o que hagan otro mal; mandamos que todo el daño reciban en sus cuerpos, y en todas sus cosas que hicieron a otros.

En el concilio XVI de Toledo, celebrado en el 693, en el canon 2 se dice:

Drecretamos, que todos los obispos y presbíteros y cuantos están al frente las causas judiciales, vigilen con el mayor esmero, donde quiera que se hallaren, a algunos adorando o practicando los referidos sacrílegos, o cualquier otra de las cosas que se prohíben por la ley divina, o vedadas por las determinaciones de los santos Padres, sean personas de cualquier género o condición, inmediatamente, ateniéndose al contenido de las referidas disposiciones, no dilatarán el corregirlos y extirparlos, y además presentarán cuantos dones fueron ofrecidos en el mismo lugar del sacrilegio, a las iglesias vecinas. Y si el obispo, presbítero o juez, a cuya jurisdicción perteneciere aquel sitio, teniendo noticia de un crimen público o privado de cualquier carácter sacrílego descuidare el corregirlo con pronta voluntad, privado de la dignidad de su puesto, será sometido a la penitencia durante el espacio de un año.

También en éste canon se menciona a los adoradores de ídolos, los veneradores de piedras, los encendedores de antorchas, los que rinden culto a los lugares sagrados de las fuentes y de los árboles. Los que se hacen augures y precantadores (praecantatores) y otras muchas cosas que sería largo de narrar. Todas estas prácticas mágicas son consideradas sacrilegios.

El V canon del XVII Concilio de Toledo, celebrado en 694, es decir unos años antes de la crisis revolucionaria del VIII nos enseña en qué grave situación se encontraba la Iglesia por aquellas fechas: Celebraban los obispos una especie de misas negras:

«. . .Muchos obispos que debían ser predicadores de la verdad y de cuya boca debían aprender la ley de la verdad las masas populares..., llegan a celebrar con falsa intención la misa destinada al descanso de los difuntos por los que aún viven, no por otro motivo, sino para que aquel por el cual ha sido ofrecido el tal sacrificio incurra en trance de muerte y de perdición por la eficacia de la misma sacrosanta oblación...».

Durante el siglo VII hasta comienzos del siglo VIII hubo un gran aumento del eremitismo, localizado en zonas mal o no controladas por las autoridades. Volvieron a renacer de los viejos cultos rurales ibéricos, unido a la resistencia campesina a la erección de iglesias.






jueves, 13 de octubre de 2011

Los demonios según Porfirio

El filósofo neoplatónico Porfirio (232-304 d.C.) era discípulo de Plotino. En sus escritos se diferencia perfectamente la noción de lo divino y lo no-divino. A pesar de ser algo reacio a la teurgia (al contrario que su camarada Jámblico), Porfirio coincide básicamente con la noción que había sobre los demonios en el mundo griego. Podemos comprobarlo a continuación en un fragmento de su obra:

Nos resta, además, la multitud de divinidades invisibles, a los que Platón, de un modo indistinto, ha llamado demonios. Entre ellos, unos reciben su nombre de los hombres y obtienen en cada pueblo honores iguales a los dioses y el resto del culto; otros, en su mayor parte, no reciben nombre alguno, sino que en aldeas y en algunas ciudades reciben, por obra de algunas personas, un nombre y un culto obscuros. El resto de la multitud se denomina comúnmente con el nombre de demonios, y respecto a todos ellos existe el convencimiento de que pueden causar daño, si se irritan por un desprecio y por no recibir el culto fijado por la ley, y, por el contrario, pueden otorgar un beneficio si se les propicia con votos, súplicas, sacrificios y las prácticas cultuales que ellos conllevan. Resultando confusa la idea que de ellos se tiene, hasta el punto de caer en un gran descrédito, necesario se hace diferenciar su naturaleza de un modo racional.



  Quizá es necesario, dicen, desvelar el origen del error existente entre los hombres sobre el tema. Hay que establecer, pues, una distinción. Todas las almas que se originan del alma universal admistran grandes espacios de las regiones sublunares, apoyándose en su soporte neumático, al que dominan gracias a la razón, y hay que considerar que ellas son los demonios buenos, por gestionarlo todo en beneficio de sus administrados, ya se encarguen de determinados animales, ya de las cosechas que se le hayan encomendado, ya de otros fenómenos que a éstas contribuyen, como las lluvias, los aires moderados, el buen tiempo, ya de otros aspectos que a éste colaboran, como las temperaturas de las estaciones del año, ya, en fin, tengan que ver con las artes, bien se trate de las artes liberales, de la educación en general, de la medicina, de la gimnasia o de cualquier otra disciplina parecida.




 Es imposible, en efecto, que éstos nos procuren ayudas, por un lado, y que sean causantes de maldad, por otro, en los mismos seres. Entre éstos hay que contar también a los transportadores (¿nuncios? ¿ángeles cristianos?), como dice Platón, que anuncian “a los dioses los actos de los hombres y a los hombres los de los dioses”, y elevan nuestras plegarias ante los dioses, como ante unos jueces, manifestándonos, a su vez, mediante los oráculos, los consejos y advertencias de aquéllos. Por otra parte, todas las almas que no dominan su corriente contigua de aire, sino que en su mayor parte son dominadas por ella, son ajetreadas y zarandeadas en exceso por este mismo motivo, cada vez que los arrebatos y los deseos de la corriente de aire toman impulso. Estas almas también son demonios, pero con todo merecimiento pueden recibir el nombre de malvados.



Son también, todos éstos, y los dotados de una propiedad contraria, invisibles e imperceptibles por completo a los seres humanos (Jámblico, De mysteriis), porque no están revestidos de un cuerpo sólido, ni todos tienen una misma forma, que quedan impresas en el elemento neumático, y a la vez lo configuran, unas veces aparecen y otras permanecen invisibles; a veces también cambian sus formas, los peores, al menos. En lo que respecta al elemento neumático, en la medida en que es corpóreo, está expuesto a la pasión y a la corrupción. Pero al tenerlo encadenado las almas, de modo que su apariencia permanece durante mucho tiempo, no es eterno. Porque es verosímil que continuamente tenga flujos y se nutra. El cambio de los buenos démones se realiza con una estructura proporcionada, como corresponde a los que dejan ver sus cuerpos; entre los malvados, se efectúa sin proporción, porque expuestos mayormente a la pasión, habitan un lugar próximo a la tierra y no hay delito alguno que no intenten cometer.



Porque teniendo un carácter totalmente violento y engañoso, pues no está sometido a la vigilancia de una divinidad superior, realizan la mayor parte del tiempo ataques violentos y repentinos, a la manera de emboscadas, en parte por intentar pasar desapercibidos, en parte por ejercer su violencia. Por ello son intensas las pasiones que ellos infunden. Pero los remedios y las correcciones de los demonios superiores parecen demasiado lentas. En efecto, todo el bien, al ser dócil y uniforme, progresa ordenadamente y no sobrepasa lo debido. Al pensar de este modo, será imposible que puedas incurrir en el más absurdo de los hechos: concebir las maldades entre los buenos demonios y las bondades entre los malos. Porque no solo el razonamiento es absurdo en este punto, sino que también la mayoría concibe unas ideas pésimas sobre los dioses y las infunde entre el resto de los hombres.



 Hay que dejar sentado que éste es el único daño de los máximos perjuicios que podemos recibir de los demonios malvados: el que, resultando ser ellos mismos los responsables de los padecimientos que se ciernen sobre la tierra (como por ejemplo, epidemias, malas cosechas, terremotos, sequías y otras calamidades por el estilo), nos convencen de que los causantes de éstos son precisamente los autores de sus hechos contrarios. Se autoexcluyen, pues, en cuanto a responsabilidad y se afanan por conseguir este logro primordial: pasar desapercibidos en sus fechorías. A continuación, nos inducen a dirigir súplicas y sacrificios a los dioses bienhechores, como si estuvieran irritados. Adoptan estas y semejantes actitudes con la intención de desviarnos de nuestra recta reflexión sobre los dioses y convertirnos a ellos. Porque ellos se alegran por todo lo que resulta tan desproporcionado y tan desordenado y, poniéndose, por así decir, las caretas de los otros dioses, sacan provecho de nuestra irreflexión: se ganan a las masas, encendiendo los apetitos de los hombres con deseos amorosos y con ansias de riquezas, poderes y placeres, y con vanas opiniones también, de las que nacen las revueltas, las guerras y otras calamidades de su misma naturaleza.



 Y lo más terrible de todo: avanzan todavía más e intentan convencernos de hechos semejantes incluso respecto a los dioses más importantes, hasta el punto de envolver en estas acusaciones al dios supremo, por cuya causa precisamente aseguran, todo está revuelto de arriba abajo.Y esto no les pasa solamente a los simples ciudadanos, sino también a bastantes de los que se dedican a la filosofía. La causa de ello es recíproca. En efecto, entre los filósofos, los que no se han apartado del curso común de la vida han coincidido en las mismas apreciaciones que la mayoría y, por su parte, la muchedumbre, al recibir información (concordante con sus propias ideas) de personas que parecen ser prudentes, se ven forzados aún más que sostener tales reflexiones en torno a los dioses.



Porque la poesía ha inflamado también las opiniones de los hombres con el uso de un lenguaje creado para impresionar y encantar y capaz de infundir asombro y crédito sobre los hechos más imposibles, siendo así que hay que tener firme el convencimiento de que el bien jamás perjudica y de que el mal jamás beneficia. La frialdad, como dice Platón, no tiene que ver con el calor sino con su contrario. Por supuesto, lo más justo de todo, por naturaleza, es lo divino; de otro modo, no sería divino. Por consiguiente, es necesario quitar esta facultad y función de los demonios bienhechores, porque la propiedad de dañar por naturaleza y por voluntad es contraria a la propiedad bienhechora y los aspectos contrarios no pueden darse en un mismo hecho. En muchas partes maltratan estos demonios al género humano, y a veces también en grandes extensiones, porque no es posible que de ningún modo los buenos demonios (considerados uno a uno) descuiden sus competencias.



Antes bien, en la medida de sus posibilidades, nos informan previamente de los peligros que nos amenazan de los demonios malvados, revelándonoslos por medio de sueños, por un alma inspirada, por la divinidad o bien por otros muchos medios de revelación. Y si cada uno fuera capaz de distinguir las señales que nos envían, todos conocerían los peligros y se guardarían de ellos. Porque a todos les manifiestan los signos, pero todo el mundo no comprende su mensaje, ni tampoco todo el mundo puede leer lo que está escrito, sino el que ha aprendido por las letras. Sin embargo, por la intervención de los demonios contrarios se realiza todo tipo de sortilegio. En efecto, a éstos veneran, y especialmente a su jefe, los que cometen actos delictivos, valiéndose de prácticas de encantamiento. Éstos están, en efecto, llenos de recursos para despertar todo tipo de fantasía y están capacitados para engañar a las gentes con sus artes mágicas. Por su influencia los desgraciados preparan filtros y pócimas amatorias. Porque todo tipo de intemperancia, esperanza de riqueza y de gloria se debe a ellos, y sobre todo el engaño, pues la falsedad es una de sus propiedades.



Quieren ser dioses y la facultad que domina en ellos quiere pasar por ser la divinidad suprema. Se alegran éstos “con la libación y el olor de la grasa quemada”, con los que engorda la parte neumática y corporal de su ser. Porque esta parte vive de los vapores y exhalaciones de diverso tipo que emanan de variados objetos, y se robustece con el olor de la sangre y carnes quemadas. Por ello el varón inteligente y sensato se guardará de la práctica de tales sacrificios, que pueden acarrearle tales demonios. Se esforzará por purificar su alma por todos los medios; los malos demonios no atacan un alma pura a causa de la disimilitud existente con ellos. Pero si es necesario también para las ciudades apaciguarlos, eso no nos incumbe a nosotros.



Pues en ellas la riqueza, las comodidades externas y corporales son consideradas como bienes y, como males, sus contrarios, pero ni la más mínima preocupación se da en ellas sobre el alma. Por nuestra parte, en la medida de nuestras fuerzas, no necesitaremos lo que éstos nos ofrecen; al contrario, pondremos también nuestro empeño en diferenciarnos de los hombres y demonios malvados y, en general, de todo lo que se complace con lo caduco y material. Por tanto, haremos también nosotros nuestros sacrificios de acuerdo con las recomendaciones expresadas por Teofrasto. Con ellas estaban de acuerdo también los teólogos, conscientes de que cuanto más nos descuidamos por eliminar las pasiones de nuestra alma tanto más nos vinculamos a una potencia malvada, y, por ello, necesidad habrá de apaciguarla. Porque, como dicen los teólogos, los que están encadenados por la realidad externa y no dominan ya sus pasiones tienen necesidad también de apartar de sí esta potencia, porque, si no lo hacen así, no acabarán sus fatigas.



Por lo cual, incluso entre los encantadores, parece necesaria una precaución de este tipo, que no conserva, sin embargo, su eficacia por mucho tiempo, porque a causa de sus deseos desenfrenados incordian a los demonios malvados. Por consiguiente, la pureza no es cosa de encantadores, sino de hombres divinos y versados en los temas divinos, y a los que la practican les proporciona totalmente una defensa que resulta de su vínculo con lo divino. ¡Ojalá la practicaran constantemente los encantadores! No tendrían entonces deseos de ejercer sus sortilegios, al impedirles la pureza disfrutar de aquellos actos causantes de su impiedad. Por ello resulta que, al estar llenos de pasiones, y abstenerse por un momento de alimentos puros, como están llenos de impureza, pagan por las transgresiones que cometen contra todo orden de cosas, unas veces por obra de las mismas personas a las que provocan, otras por la intervención de la justicia que supervisa todos los aspectos mortales, tanto actos como pensamientos.



 La pureza interna y externa, pertenece, pues, al hombre divino, que se preocupa por mantenerse ayuno de las pasiones del alma, y ayuno también de los alimentos que provocan las pasiones, pero alimentado del conocimiento de las cosas divinas; que intenta asemejarse a la divinidad, gracias a sus rectos pensamientos sobre lo divino. Se trata también de un hombre que se consagra con un sacrificio intelectual; que se acerca a la divinidad con un vestido blanco, con una impasibilidad anímica realmente pura y con un cuerpo liviano, porque no se ve agobiado por el peso de los juegos foráneos, de procedencia extraña, ni por el peso de las pasiones anímicas.



Pero realmente todo nuestro cuerpo sensible lleva en sí emanaciones de los demonios materiales, y, juntamente con la impureza debida a la carne y a la sangre, se presenta una potencia, amiga y cooperadora suya, por su semejanza y afinidad. Rectamente, por ello, los teólogos se preocuparon de la abstinencia y el Egipcio (Hermes Trimegisto) nos manifestó estos datos, aportándonos una causa natural, que había comprobado experimentalmente. Puesto que un alma vil e irracional, que abandona el cuerpo, al haber sido arrancada violentamente, permanece junto a éste (porque igualmente las almas de los hombres que murieron violentamente se mantienen junto al cuerpo), este hecho pondría de manifiesto el impedimento para que alguien se escape violentamente fuera del cuerpo.



Por consiguiente, cuando se producen las muertes violentas de animales, obligan a sus almas a deleitarse con los cuerpos que abandonan, y ya no encuentra el alma impedimento alguno para estar donde la atrae lo que le es afín por naturaleza. Es por esto por lo que se les ha visto a muchas lamentarse, y también por ello las almas de los que no reciben sepultura permanecen junto a los cuerpos. De estas, precisamente se sirven los encantadores para su uso personal, reteniéndolas a la fuerza por la posesión del cuerpo o de parte del cuerpo. Por tanto, porque nos manifestaron estos hechos (la naturaleza de un alma vil, el parentesco y el placer que experimenta con los cuerpos de los que ha sido arrancada), rehusaron convenientemente comer carne, para no verse importunados por unas almas ajenas por medios violentos e impuros a lo que es connatural a ellas, ni impedidos de acercarse solos a la divinidad, en el caso de que los molestaran unos demonios con su presencia.



Quienes trataron de conocer las potencias que hay en el universo ofrendaron sacrificios sangrientos, no a los dioses, sino a los demonios, tal como ha quedado confirmado por los propios teólogos. También nos recuerdan éstos que, entre los demonios, unos son malvados y otros benéficos. Y éstos no nos molestarán, si les ofrendamos únicamente los productos que comemos y con los que nutrimos nuestro cuerpo y nuestra alma.



 



lunes, 10 de octubre de 2011

Druidas: Los magos celtas

Entre todas las noticias transmitidas por los escritores clásicos, la que hace referencia a los druidas es quizá la que más fascinación ha ejercido sobre los estudiosos de este mundo. Y aunque los datos sean en ocasiones contradictorios, en esencia se refieren a la existencia en Galia y Britania de una clase sacerdotal fuerte y bien organizada, celadora y transmisora de los conocimientos sobrenaturales, como el estudio de los planetas y de las estrellas y la creencia en la transmigración de las almas; a la que estaba reservada la realización de los rituales religiosos, tales como los sacrificios humanos y de animales o la recogida y cocción del muérdago en el caldero ritual. César y Cicerón informan que los druidas pertenecían a la clase aristocrática más elevada, como el eduo Diviciacus que se convirtió en un importante aliado de César en sus primeras campañas.

Los druidas tenían además un inmenso poder político y social, ya que controlaban la elección del rey y su reinado y tenían capacidad incluso para decretar la muerte del monarca cuando así lo estimaban necesario. Hasta tal punto era grande su poder político que Dion Crisóstomo, refiriéndose a los sacerdotes de los pueblos de la Antigüedad, escribe lo siguiente:

Los celtas tenían sacerdotes que son llamados druidas; eran expertos en adivinación y en todas las demás ciencias; sin ellos no le era permitido al rey tratar asuntos ni tomar una decisión, hasta tal punto que en realidad eran los druidas los que gobernaban, no siendo los reyes más que servidores y ministros de su voluntad.

Plinio describe a los druidas como “los hombres de la encina”, seguramente aludiendo al rito de la recogida del muérdago o por analogía con el griego drus, que significa encina. Sin embargo, etimológicamente druidas quiere decir “los muy sabios”, y es que no solamente eran los sacerdotes encargados de realizar sacrificios, sino que también eran los depositarios de la ciencia, instructores y sabios metafísicos, lo que ha llevado a establecer a varios autores antiguos, entre ellos Anmiano Marcelino, Hipólito de Roma y Clemente de Alejandría, una relación entre los druidas un destacado papel como hombres de influencia y de enseñanza, que aconsejan a los reyes, actúan como jueces, maestros y metafísicos, y velan por los sacrificios, mientras que los bardos eran poetas dedicados a la literatura, y los vates o adivinos se encargaban de la magia, la adivinación y la medicina. Sus doctrinas incluían especulaciones filosóficas sobre el cielo y la tierra, así como la creencia en la metempsicosis, idea a la que los romanos atribuian el valor que los celtas demostraban en los combates. Los druidas actuaban como jueces y sacerdotes en sacrificios sangrientos para aplacar a los dioses, en los que las víctimas solían ser criminales, y tenían el poder de la excomunicación.

Pero los escritores antiguos también relatan que los druidas hacían vaticinios sobre la sangre y las entrañas de las víctimas estranguladas y que los obtenían del mismo modo que los lusitanos. Estrabón describe con gran realismo como las víctimas humanas eran apuñaladas por la espalda, mientras que los sacerdotes hacían adivinaciones sobre la forma de caer los cadáveres; y que remataban a las víctimas humanas y a los animales quemándolos en grandes jaulas o cestos de mimbre. Tácito, refiriéndose a los britanos, dice que rocían sus altares con la sangre de los prisioneros y consultan a los dioses en las entrañas humanas. Desconocemos si hacían prácticas adivinatorias sobre los caballos, como ocurre entre los germanos según el testimonio de Tácito: “para los germanos los caballos eran animales sagrados, de los que se obtenían presagios, por ser considerados confidentes de los dioses”. Exteriormente, el signo más distintivo de los druidas era su vestido blanco. Los druidas poseían el arte de hacer aparecer llamas para espantar a sus enemigos.

Muy pocos son los documentos arqueológicos en donde aparecen representados los sacerdotes: en el relieve de Dijon se muestra una escena de sacrificio en la que interviene el oficiante, vestido y velado, depositando una ofrenda sobre el altar, y el vitimario, que aparece con el torso desnudo, sujetando a un toro y apoyado sobre un hacha; y tal vez en monedas célticas de Gran Bretaña, como una hallada en el templo de Harlow (Essex), de la ceca de Camulodunum, perteneciente a la serie del rey de los Catuvellauni, Cunobelin, en cuyo reverso se distingue a un personaje (¿un sacerdote?) desnudo con una especie de delantal de cuero, llevando en una mano una cabeza y en la otra un cetro, delante de un trípode o un altar; en otras monedas de los Catuvellauni, esta vez de la ceca de Verulamium y de la serie del rey Tascionvanus, puede verse en el reverso una figura vestida con larga túnica, probablemente un sacerdote, sentado en un trono, haciendo una ofrenda en un gran caldero provisto de pie o de soporte; detrás del trono se aprecia un árbol muy estilizado que quizá hace al lugar en el que se realiza el culto, que en este caso sería un bosque.

La mejor descripción de los druidas la proporciona César:

En toda la Galia solo cuentan dos clases de gentes y son honradas... De estas dos clases prepotentes, una es la de los druidas, la otra la de los caballeros. Los primeros velan por las cosas divinas, se ocupan de los sacrificios públicos y privados y regulan todas las cosas referentes a la religión. Un gran número de jóvenes vienen a instruirse con ellos, lo que les proporciona una gran consideración, siendo ellos los que resuelven cualquier clase de disputa pública o privada, al igual que los crímenes, los asesinatos, las diferencias de límites o de herencias, concerniéndoles la evaluación de los daños y la imposición de penas... A la cabeza de todos estos druidas está un jefe único, que ejerce entre ellos la autoridad suprema. A su muerte le sucede el que le sigue en dignidad: si son varios los que poseen idéntico derecho a la sucesión, o bien lo remiten al sufragio de los restantes druidas, o a veces lo disputan mediante las armas.

En determinada época del año se reúnen en un lugar sagrado del país de los Carnutos que es tenido por el centro de toda la Galia. Allí acuden gentes de todas partes en busca de consulta, sometiéndose a sus opiniones y juicios. Su doctrina fue primeramente elaborada en Bretaña y de allí pasó al resto de la Galia, de forma que aún hoy en día los que quieren profundizar en ella, parten para aquella región para mejor penetrarla. Los druidas no suelen ir a la guerra, ni pagan impuestos como el resto de los galos: están dispensados del servicio militar y libres de toda obligación. Atraídos por tan grandes ventajas son, pues, muchos los que vienen por propia voluntad a confiarse a su enseñanza o son enviados por sus padres y parientes a este menester.

Se dice que la enseñanza consiste en aprender de memoria un gran número de versos, permaneciendo algunos en la escuela hasta veinte años, y esto debido a que piensan que la religión prohíbe confiar estos conocimientos a la escritura, como se hace con el resto, cuentas privadas y públicas, para lo que se sirven de la escritura griega. Soy de la opinión, sin embargo, de que han establecido este uso por dos razones, porque no quieren dar a conocer al pueblo esta doctrina, y para que los que están en el aprendizaje, fiándose de la escritura, no descuiden la memoria... Lo que sobre todo pretenden inculcar es que las almas no perecen del todo, sino que pasan de un cuerpo a otro, lo que les parece en extremo adecuado para excitar el valor, suprimiendo todo temor a la muerte. Discuten, asimismo, mucho de los astros y sus movimientos, de la magnitud del mundo y de la tierra, de la naturaleza de las cosas, del poder de los dioses inmortales, y todas estas especulaciones las transmiten a los jóvenes.

A través de los documentos literarios y arqueológicos se puede afirmar que los druidas reglaban el tiempo en relación con la luna. El famoso pasaje de Plinio alude a este cómputo lunar cuando se refiere al rito de la cocción del muérdago, la planta sagrada de los druidas:

Es muy raro encontrar el muérdago y, cuando se le descubre, se le cuece en una gran ceremonia religiosa; esto debe hacerse en el sexto día de la luna, astro que entre ellos marca el comienzo de sus meses, de sus años y de sus siglos, que duran treinta años, porque en este día la luna está ya en toda su fuerza.

Y César comentando los dioses de los galos, escribe:

Los galos se creen descendientes de Dis Pater y dicen que esto es una revelación de los druidas. Por esta razón dividen el tiempo no por días, sino por noches; cuentan los aniversarios de nacimiento, los comienzos de los meses y de los años, de manera que el día viene después de la noche.

El mejor testimonio arqueológico del cómputo lunar entre los druidas lo constituye el calendario galo de Coligny, escrito en lengua céltica y datado en el siglo I a.C. Consiste en una gran plancha de bronce en donde está grabado el calendario lunar con los meses y cada uno dividido en mitades buenas y malas, días fastos y nefastos. Es posible que este calendario fuera usado por los druidas para regular sus intervenciones, seleccionando los días propicios para el culto, la adivinación, el sacrificio, las celebraciones, etc. Siguiendo la tradición mítica insular, el año estaba dividido en dos mitades, la mitad oscura y la mitad clara, marcadas ambas por sendas festividades. Una de las fiestas principales celtas citadas en el calendario de Coligny es la de Samonios, “reunión” o “fin del estío”, que se celebraba el 1 de noviembre, marcando la unión entre el año viejo y el nuevo y el comienzo de la estación sombría. La fiesta clara, era la fiesta del fuego y de los druidas.

El gran momento festivo del calendario era el Lugnasad, “asamblea de Lug”, que tenía lugar el 1 de agosto y que en Lugdunum (Lyon) recibió el nombre de Concilium Galliarum, “asamblea de los galos”; era la fiesta del rey como distribuidor de las riquezas y de la paz, siendo incluida por Augusto en el culto imperial casi desde el comienzo de la ocupación romana. Se observa cómo el calendario celta, con sus tres fiestas principales, refleja la ideología tripartita de los indoeuropeos: la fiesta del 1 de mayo, se hace en honor del dios supremo en su aspecto brillante y sacerdotal; la del 1 de noviembre le honra en su aspecto sombrío y guerrero; mientras que la del 1 de agosto evoca su aspecto real.

La existencia de sacerdotes del culto se halla atestiguada también entre los germanos, según el testimonio de Tácito:

Entre los Narvahales se muestra un bosque, lugar sagrado de una antigua religión; un sacerdote, vestido de mujer, lo preside, pero los dioses, según la interpretación romana, serían Cástor y Póllux; tal es el carácter de su divinidad, su nombre es Alci.

Esta curiosa cita del sacerdote vestido de mujer encuentra confirmación arqueológica en territorio céltico, en la sepultura de Palarykovo (Eslovaquia). Asimismo, la arqueología y las fuentes antiguas atestiguan la existencia de sacerdotisas entre los celtas, al haberse identificado una tumba de sacerdotisa en el santuario de Libanice (Bohemia); y Estrabón y Mela repiten una historia, ya vieja en su época, de que en una isla situada en la costa oeste de la Galia había un santuario gobernado enteramente por mujeres. En Tácito se encuentra también una posible alusión a sacerdotisas o druidesas, cuando alude a las mujeres vestidas de blanco, llevando antorchas, que junto a los druidas alentaban a los indígenas contra la armada romana que preparaba el ataque de la isla inglesa de Anglesey. Sin embargo, en la religión céltica parece ser que el sacerdocio femenino se reducía a la adivinación y que las mujeres no ofrecían sacrificios ni impartían enseñanzas, lo que viene a coincidir con el testimonio de Tácito, aludiendo a que entre los germanos vaticinaban no solo los hombres, sino también las mujeres.

Nuevamente es el santuario de Libenice el que confirma el cometido de las druidesas, ya que la sepultura de la sacerdotisa puede ponerse en relación con la cita de Tertuliano acerca de que los celtas tenían por costumbre pasar la noche cerca de las tumbas de los héroes esperando sueños premonitorios, es decir, sería la adivinación a través de la incubatio. En el siglo III d.C. áun hay constancia de que las druidesas eran consultadas por Alejandro Severo y más tarde por Aureliano. Las excavaciones en el santuario céltico de Gournay-sur Aronde sugieren la existencia de un sacerdocio organizado y permanente, encargado de las actividades relacionadas con el ritual, aunque no es posible asegurar que se trate exactamente de druidas. Junto a los druidas que transmiten las fuentes literarias, las inscripciones de época romana testimonian la existencia en la Galia de sacerdotes encargados de las oraciones entre los heduos y equivalentes a los flamines Marti. Los gutuatri se hallan atestiguados en Autun en una dedicatoria dirigida al dios Anvallus; en Mâçon, en donde el dedicante es al mismo tiempo flamen de Augusto y gutuater de Marte; y en Puy, en donde el gutuater es igualmente prefecto de la colonia.

Los flámines, sacerdotes encargados del culto y de los sacrificios, se hallan atestiguados en numerosas inscripciones, como en Auxerre, Perigueux y Poitiers, especificándose en la de Rennes que el dedicante es flamen perpetuus de Mars Mullo. Solo el ara de Tréveris, ofrecida por un flamen de Mars Lenus, se halla asociada a un santuario. Con el tiempo el papel de oficiantes lo fueron desempeñando otro tipo de sacerdotes, por lo general notables de la ciudad, que se encargaban al mismo tiempo de los cultos indígenas y romanos; como el sacerdos o padre municipal ligado al culto imperial, que se encuentra atestiguado en muchas ciudades, aunque solamente en Tréveris y en Argentomagus (Saint-Marcel, Indre) se documenta en relación con lugares de culto, el santuario en el primer caso y el altar de las Tres Galias dedicado a la madre de los dioses en el segundo. También en el recinto cultual de Argentomagus se descubrió un vaso en una fosa con una inscripción en galo en donde se dice que el “bergobret” (magistrado supremo) ha realizado o presidido el sacrificio.

Una inscripción de Bussy, en territorio de los segusiares, menciona a un magistrado municipal como prefecto encargado del agua en el santuario de Dunisia. Lugdunum (Lyon), la capital del territorio galo conquistado por César, fue desde el año 12 a.C. sede de un culto provincial ofrecido a Augusto y a Roma, y para encargarse del gran altar que allí se levantó y de las ceremonias que tenían lugar, cada año se elegía a un sacerdote de entre los descendientes de la nobleza de las sesenta “naciones” galas. Los documentos epigráficos proporcionan otros cargos en relación con el culto: el aeditus, guardián del templo en Cassel; el curator, encargado de los edificios religiosos, aparece ligado al templo de Sirona en Wiesbaden (Germania); un antistes, sacerdote con funciones no determinadas, se menciona en el santuario dedicado a Lenus Mars en Tréveris.

Leyendo a César se llega a la conclusión de que la religión céltica es cosa de los druidas, puesto que ellos son los intermediarios entre los dioses y el rey y éste, a su vez, entre el druida y la sociedad humana. Es decir, que la organización de la sociedad céltica recortada sobre la del panteón –la comparación del esquema teológico funcional dado por César con el panteón irlandés, que nos han transmitido los textos medievales insulares permite deducir la existencia en la religión céltica de las tres funciones indoeuropeas definidas por G. Dumézil: la sacerdotal, la guerrera y la productora- da a la función sacerdotal una preeminencia absoluta sobre la segunda, de forma que reyes y guerreros se hallan en completa dependencia respecto de los druidas. Con la conquista romana los druidas pierden su estatus privilegiado, puesto que, al existir un derecho escrito, ya no son los garantes del orden basado en unas leyes de uso no escritas que solo ellos conocen. La prohibición de los sacrificios humanos por un senatus-consultus del año 97 d.C. les hace pasar a la clandestinidad, para terminar más tarde en la ilegalidad, cuando según noticias de Suetonio se prohíbe la religión de los druidas a los ciudadanos romanos:

Claudio abole totalmente la religión de los druidas entre los galos, era de una crueldad espantosa y había sido prohibida bajo Augusto a los ciudadanos romanos.

Una probable alusión a las reuniones clandestinas de los druidas se encuentra en las “cavernas” y “bosques lejanos” en donde, según Mela, estos “maestros de la sabiduría” impartían sus enseñanzas a los nobles de la Galia. A juzgar por un texto de Filostrato parece ser que, bajo Domiciano, los adeptos de esta doctrina tuvieron que huir hacia Occidente, refugiándose entre los celtas insulares. Y sin embargo, las profecías de los druidas son mencionadas en el siglo III d.C. por Alejandro Severo y Maximino, localizándose esta última mención en Aquilea, ciudad de la Galia Cisalpina, en donde varias inscripciones atestiguan el culto a Belenus, el Apolo celta; y el poeta galo Ausonio alude a la presencia de druidas entre la alta sociedad galo-romana aún en el siglo IV d.C., que se sucedían de padre a hijo y que estaban ligados al culto de Belenus-Apolo-Phoebus.

Según J.J. Hatt, los druidas y la religión céltica con sus ritos bárbaros y sanguinarios, fueron considerados por Lucano como focos de la resistencia nacionalista gala a Roma. Por este motivo, los emperadores romanos vieron en el culto a Marte indígena precéltico, practicado por las aristocracias indígenas de las regiones menos celtizadas y, por consiguiente, más conectadas a las tradiciones precélticas, como los allóbreges, los helvetios, los remes, los sequanos, los tréviros o los voconces, un elemento de contención al nacionalismo galo. Los cultos de esta poblaciones no estaban presididos por una clase sacerdotal fuerte e independiente, como la de los druidas, sino por los jefes tradicionales de las ciudades, cuyas funciones eran al mismo tiempo religiosas, civiles y militares.

En Irlanda hay algún testimonio de que los druidas intervinieron en la elección de un jefe-rey. También en Irlanda uno de los druidas ejercía una supremacía sobre los demás, y en la “Vida de San Patricio”, escrita en latín, se le llama “primus magus”. Mas allá del círculo dominado por Roma, los druidas continuaron siendo fuertes, En las “Vidas de los Santos”, se les presenta oponiéndose a los misioneros romanos. En Escocia, por ejemplo, aparece San Columbano, como San Patricio había aparecido en Irlanda, donde sus himnos procuraban protección contra los hechizos de los druidas.

En todas las cosas, especialmente la guerra, ayudaban a su pueblo por medio de la magia, que llegó a tener carácter mítico, e incluso se dice que el “tuahta Dé Danann” fue ideado por ellos, hasta el punto de tener poder sobre la naturaleza, provocar cegadoras tormentas de nieve, nubes de fuego, torrentes de agua y poseer la facultad de extender el mar sobre la tierra. Podían transformarse en otros o producir una niebla mágica que hacía invisibles a los hombres o les causaba amnesia. El “airbe durad” era una barrera mágica que se colocaba alrededor de una fuerza armada y que los adversarios no podían transgredir. Devolvían la vida a los muertos. Otras acciones dependían de la administración de ciertos brebajes especiales, por ejemplo, provocar el olvido o el sueño mágico druídico, un sueño que dejaba inmóvil al durmiente y le hacía revelar lo que estaba oculto en su mente. La “rima” era una sátira o encantamiento recitado contra una persona, y se creía que tenía gran poder para hacer daño; por consiguiente, la persona sucumbía a su fuerza y generalmente moría. Una clase de magia primitiva era encantar una lanza y luego tirarla encima de la sombra de la presunta víctima para causarle la muerte.

El hecho de que a los primeros misioneros cristianos se les atribuyesen poderes parecidos, prueba que, entre los goidelos de Irlanda, la creencia en el poder de la magia era general; estos misioneros, si hay que dar crédito a sus biógrafos, se encontraron con que los actos mágicos de los druidas tenían poderes semejantes y mayores incluso que los suyos propios, reduciéndoles a la impotencia. Para impedir y guardarse de ciertas enfermedades u otros males, se empleaban amuletos. Con frecuencia se han encontrado pequeños modelos de un caballo, que tiene una anilla para poder ser colgado, representando a la diosa Epona, y se utilizaba para conseguir su protección.

Toda esta magia fabulosa indica claramente que, para la creencia popular, los poderes de aquellos druidas eran ilimitados. Por esto en “Las vidas de los Santos” se les llama “magi”, cuyos poderes igualaban al del mismo Santo. Pero debe recordarse que Plinio, que describe algunas de las artes druídicas, también les llama “magi, druidae, ita suos apellant magos”, y después emplea también la palabra sacerdote, “sacerdos”, para designar al que corta muérdago.

Las divinidades aparecen más como grandes magos que como dioses. El poder mágico de los druidas era mucho más grande porque se decía que los dioses lo habían aprendido de ellos, o, por lo menos, de cuatro grandes druidas

¿Druidas en Hispania?: La religión hispana céltica presenta rasgos de gran arcaísmo al igual que la lengua, de ahí la dificultad con que topan los filólogos para interpretar inscripciones como la de Botorrita. Dioses típicamente celtas como Cernunnos, Epona y Sucellus, no se citan en inscripciones hispanas, en tanto sus ofrendas e imágenes se multiplican en el país vecino. Es especialmente llamativa en Hispania la ausencia de los druidas, tan significativos en la Galia. Estas divinidades se suplen por equivalentes, como ha estudiado para la Beturia céltica A. Canto, la cual relaciona las cupae de Mérida con el culto a Sucellus. No parece probable esta idea, más lógico es poner las cupae emeritenses en relación con las comunidades africanas en la capital de la Lusitania.

Las imágenes de los dioses célticos galos son escasísimas en Hispania, e incluso existen dudas sobre la procedencia de alguna de ellas; tampoco existe un tipo de enterramiento típicamente galo como el de los grandes túmulos, con carros y caballos junto al difunto. El número de carros o figuras de carro depositadas en pequeños túmulos es escaso. Muchos teónimos hispanos no se parecen en modo alguno a los de la Galia, todo lo cual nos lleva a la consideración de que en Hispania, en efecto, había celtas, pero de un estrato mucho más antiguo que el de los celtas de Galia.

Los santuarios del sur de Galia y el tipo de religiosidad que presuponen son desconocidos en la Meseta. En el arte se da el mismo fenómeno: elementos de La Tène II se documentan en Hispania (escudos de las lápidas de Teruel, de la cerámica de Liria, del heroon de Osuna, cabeza humana mordida por un felino de la pátera de Perotito, de la fíbula de Drieves, etc.), pero libros como el “Early celtic art” de P. Jacobsthal, o bien “Les celtes et gallo-romains”, de J. J. Hatt; “Les celtes et les germains a l’epoque a païene” de E. Will: “Los celtas, de P. M. Duval; o el volumen colectivo “I Celti”, y podríamos añadir más títulos, han puesto de relieve la “difunción” y la imposibilidad de realizar, con los materiales obtenidos en la Península Ibérica, un panorama religioso y cultural céltico hispano equivalente al céltico de la Europa continental.

Contrastan también las numerosas representaciones de dioses celtas en Galia con los muy escasos de Hispania; los nombres de los dioses también son diferentes, si bien en muchos casos se pueden homologar funcionalmente e incluso tienen conexiones en la lengua céltica. Ahora, sin embargo A. Canto, que ha rastreado en los teónimos de las inscripciones de la Beturia céltica, ha visto una interpretatio romana de los dioses del panteón galo citado por César, y ve en algunos topónimos referencias a Taranis y Cernunnos.

La ausencia de materiales “típicos” celtas lleva a los investigadores extranjeros a la conclusión de que no hubo celtas en Hispania. Por su parte, las fuentes literarias tampoco se hacen eco de una posible inmigración de gentes célticas durante la Tène II; apenas quedan dos noticias, relativas al año 104, de Tito Livio y Julio Obsequente, que se refieren a la invasión de cimbrios y teutones, que fueron vencidos y rechazados por los celtíberos.

Hay divinidades hispanas equivalentes a los de la tríada celta. Sí pudo haber sacrificios humanos en honor de Marte, que confirmarían lo escrito por Estrabón. Estamos de acuerdo con G. Sopeña en el papel atribuido al cuervo en el descarnamiento de los cadáveres, rito fúnebre importante, como prueban las dos escenas numantinas, que encajan muy bien en el pensamiento céltico. El hipocampo es raro en el contexto funerario ibérico, pero es probable que junto al grifo esté representado en un vaso numantino, según la tesis de R. Olmos, aceptado por G. Sopeña, pero sería un hapax de influjo mediterráneo, pues no está presente en la simbología funeraria de Lara de los Infantes, en las estelas de la Meseta, donde, en cambio, sí aparece el toro con finalidad funeraria, al igual que en el Levante ibérico.

Una de las grandes diferencias entre la religión céltica hispana y las de los restantes territorios europeos es a la ausencia (en Hispania) de los druidas, lo que indica un estrato más primitivo que la religión céltica. Los caudillos y jefes celtibéricos no van acompañados por druidas o personajes de similar carácter religioso (como sucede en Galia), ni son citados por autores antiguos en cualquier otra época o escenario hispano. No aparecen con Indíbil y Mandonio, con Istolacio e Indortes (el primero es un jefe celtíbero al que Diodoro llama general de los celtas), ni con el príncipe celtíbero Allucio, ni con el jefe lusitano Kaisaros, ni con los lusitanos Viriato y Tautalo o Púnico o Cauceno, éstos últimos citados en un párrafo que narra el comienzo de las guerras lusitanas; ni tampoco con Retógenes Caraunio, ni con Avaro, caudillos de la guerra numantina; ni con Corocotta. Estos antropónimos son celtas. Solo el nombre Indíbil es una formación híbrida indoeuropea-íbera.

El sacerdocio no sería, pues, “profesional” ni continuado, aunque siempre estaría en manos de individuos “iniciados” en los ritos religiosos y que pertenecían a las clases aristocráticas dominantes. Parece que en Iberia los santuarios estaban al cuidado de sacristanes-augures más que de sacerdotes, ya que sus labores principales eran mantener limpios los lugares de culto y realizar presagios, que algunas veces requerían sacrificios; sin embargo, eran los fieles los interlocutores directos de los dioses de cada santuario. En la época anterior a los íberos, los sacerdotes se reconocían por su cabello recogido con una cinta, su bonete o la tonsura en su cabeza. La casta sacerdotal estaba compuesta por miembros de las clases aristocráticas.