lunes, 6 de febrero de 2012

Adivinos II: Arúspices


Entre los babilonios se obtenían presagios de las vísceras del animal sacrificado, ya desde el comienzo del II milenio a.C. El mágico aplicaba criterios ya fijados de antemano, como el color o el tamaño de los órganos. Se empleaba mucho en la mántica el hígado. El arúspice se fijaba en determinados detalles anatómicos. Igualmente se usaban los pulmones, los riñones o las circunvoluciones de los intestinos. La aruspicina babilónica usó una técnica y unos métodos de análisis de las partes anómalas del cuerpo. Uno de los procedimientos más usados para obtener la adivinación entre los hititas era el examen de las vísceras de los animales sacrificados. En Ugarit, los arúspices cananeos desarrollaban su actividad como personal especializado en actividades de adivinación a través de las vísceras de los animales sacrificados. Se usaban modelos de hígado y de pulmón con inscripciones. Algunas piezas se han hallado en la casa del sacerdote-mago, donde también se ha encontrado la reproducción en arcilla de un pulmón ovino. Igualmente había prácticas de hepatoscopia. Los asirios también examinaban los hígados de los animales para adivinar el futuro.



La aruspicina desempeñó un papel principal en la religión etrusca, pues las prácticas adivinatorias eran el único medio que permitía al hombre conocer la voluntad de los dioses. Cicerón (Div. 2.49) llama aruspicina al arte de interpretar las entrañas de las víctimas y los rayos, pero en otro párrafo de esta misma obra limita la aruspicina al extispex, al observador de las entrañas de las víctimas, que era diferente del fulgurator o intérprete de los prodigios. Llamaban extispicio (extispicem) al que practicaba la extispicina. Es un arte religioso típicamente etrusco.



La extispicina, llamada también hieroscopia y aruspicina, era quizá la técnica más compleja de todas las que conformaban la adivinación inductiva. Este método presuponía la creencia que la divinidad intervenía de forma muy acusada en la vida de los animales, ya no solo en su comportamiento, sino también en su anatomía, que utilizaba para transmitir al hombre sus designios. La extiscipina alcanzó una enorme importancia en Grecia según se cree por influencia oriental. En el mundo griego la extiscipina formaba parte del sacrificio, pues eran las vísceras del animal inmolado, sobre todo el hígado -técnica que en este caso recibía el nombre específico de hepatoscopia- lo que constituía el objeto de la manipulación adivinatoria. Por ello esta técnica aparece muy unida a la empiromancia o adivinación mediante el fuego, pues las víctimas sacrificadas eran como sabemos quemadas para su consumo, de forma que a través de diferentes signos proporcionados por la combustión o las evoluciones del humo, los especialistas podían interpretar la voluntad divina. Muy singular es el caso de los pitagóricos, quienes al tener prohibidos los sacrificios animales, pues era hostiles a todo derramamiento de sangre, utilizaban la empiromancia vegetal.



Entre otras prácticas adivinatorias, los antiguos galaicos eran muy hábiles en obtener agüeros de la contemplación de los intestinos. Actualmente, en algunas tribus africanas, existen hechiceros expertos en la contemplación de intestinos de animales para presagiar la buena o mala fortuna. Entre los lusitanos se vaticinaba ordinariamente mediante sacrificios humanos. Estrabón los describe del modo siguiente:



Los lusitanos hacen sacrificios y examinan las vísceras de los prisioneros cubriéndolas con sagos. Cuando la víctima cae por mano del hieróscopo, hacen una primera predicción por la caída del cadáver. Amputan las manos derechas de los cautivos y las consagran a los dioses.



Esta forma de adivinación era llamada hieroscopia. Del mismo modo vaticinaban los druidas, según el geógrafo griego, que toma el dato de Posidonio. Diodoro, al hablar de los galos, escribe que el golpe se daba en el diafragma, coincidiendo el modo de vaticinar de lusitanos y galos en observar la caída de la víctima. La congruencia entre estas características del vaticinio en ambos pueblos se explica por ser los lusitanos también celtas.



S. Montero ha estudiado la interpretación romana de las prácticas hepatoscópicas extranjeras. Recoge el autor la noticia de Silio Itálico alusiva a las prácticas hepatoscópicas de los galaicos: “envió a un muchacho hábil en la adivinación por las entrañas, el vuelo de las aves y las llamas”. Frecuentemente se utilizaban sacrificios humanos, como entre los lusitanos. Estrabón escribe sobre el particular: “Hacen sacrificios, observan las entrañas, pero sin ectomía”, es decir, sin extraerlas ni cortarlas para examinar su interior, marcando así una diferencia con la hepatoscopia greco etrusca. También señala que “observan las venas del pecho y conjuran palpándolas”.



La verdadera diferencia estriba en que los lusitanos consultaban las entrañas de las víctimas humanas: “Predicen mediante las entrañas de los prisioneros de guerra, cubriéndolas con sacos. Luego, cuando el arúspice lo golpea por encima de las entrañas, predicen primero según la forma en la que cae el cuerpo”. También las sacerdotisas cimbrias examinaban las entrañas humanas. Los britanos y los druidas, según Tácito “consultaban a los dioses en las entrañas humanas”. También está documentado este procedimiento entre los pueblos del Cáucaso. De todo ello se desprende que la manera de obtener adivinación los lusitanos no era específicamente suya.



La presencia de los arúspices en Roma, requerida por el Senado a comienzos del siglo II a.C. para colaborar en la expiación (y más tarde en la interpretación) de los prodigios es, ciertamente, como afirma Mac Bain, un caso único. Pocas culturas antiguas permitieron a un sacerdocio de origen extranjero participar en la vida religiosa y política; Roma hizo esa excepción con los adivinos etruscos. Es necesario, sin embargo, admitir que debieron ser varios los motivos para que eso sucediera. En primer lugar, no podemos olvidar el clima de profundo pesimismo y de angustia que se respira durante los años de la segunda guerra púnica (218-201 a.C.); la necesidad de conocer el desenlace de la guerra desarrolló un extraordinario interés por el culto de las divinidades extranjeras (recordemos la introducción del culto de Cibeles) e hizo que el pueblo depositara su confianza en nuevas formas de adivinación como los ariolos o los carmentas, pero también en la magia y la astrología. Todo ello vino acompañado además, como advierte Livio, de un peligroso abandono de los sacrificios y de los antiguos rituales romanos.



La débil posición del Senado, incapaz de contrarrestar las innovaciones en el ámbito de la adivinación, queda reflejada por el viaje emprendido por Q. Fabio Máximo a Delfos en el año 216 a.C.; dicho personaje, perteneciente probablemente al colegio de los decemviri, fue enviado a consultar el oráculo de Apolo sobre las plegarias y sacrificios necesarios para aplacar a los dioses y poner fin a tanta calamidad. Es un síntoma de que los medios oficiales de pontífices, augures y decénviros resultaban ya insuficientes. Tampoco fueron especialmente favorables los primeros decenios del siglo II a.C., ya que muchos de los movimientos sociales y de las revueltas de esclavos encontraron en esas nuevas formas de adivinación –sobre todo de procedencia oriental- uno de los soportes de su lucha y de sus reivindicaciones. Los jefes de las revueltas de esclavos en Sicilia reforzaban su carisma actuando como adivinos, astrólogos o intérpretes de sueños. La adivinación privada era considerada, bajo sus más diversas formas, un peligroso instrumento contra el orden social establecido, y la nobilitas romana no dudó en perseguirla reforzando aquella otra que formaba parte de la religión pública, lo que fue posible estrechando la ya existente colaboración con los arúspices etruscos.



Desde luego estos adivinos no eran totalmente desconocidos en Roma; algunas fuentes remontan incluso su presencia a la época de los Tarquinios, pero todo parece indicar que dicha presencia lo era a título individual (no como corporación sacerdotal) y que se produjo esporádicamente. Solo, según Mac Bain, a partir de los años 280-270 a.C., cuando los foedera abren unas relaciones más pacíficas con las ciudades etruscas, comienzan a hacerse más frecuentes sus intervenciones. Conviene recordar, en este sentido, el entendimiento de la clase senatorial romana con las familias dirigentes etruscas. El ejército romano intervino a favor de las oligarquías locales, acosadas por las revueltas sociales, en ciudades etruscas como Arretium (302 a.C.), Volsinii (265), y en varias de ellas nuevamente en el año 196 a.C. No obstante, fue a partir de la segunda guerra púnica cuando, como recuerda Cicerón, se institucionalizan las relaciones del Senado romano con los arúspices. El cónsul Postumio, con motivo de las célebres bacanales del año 186 a.C., pronunció un vibrante discurso contra estas ilícitas reuniones en el que los responsa de los arúspices son, por primera vez, equiparados con los decretos de los pontífices y de los senatusconsulta con el fin de garantizar las buenas costumbres.



El arte adininatorio de los arúspices permitía no solo expiar los prodigios, cosa que ya venían haciendo los decemviri, sino también interpretar aquellos signos que se manifestaban en tres ámbitos diversos: en ciertas anomalías de las vísceras (particularmente el hígado) de los animales sacrificados; en la aparición de los rayos y en la observación de prodigios. A diferencia de la adivinación oficial romana, la técnica aruspicinal era capaz de conocer en todos ellos el porvenir anunciado por los dioses. Su arte adivinatorio se fundamentaba en el principio de correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir, entre el ámbito celeste y el terrestre, regidos por las mismas divinidades. Con base en dicho principio, el hígado de las víctimas sacrificiales era imaginado como reflejo de la bóveda celeste; la observación de malformaciones o anormalidades de este órgano podían ser convenientemente interpretadas con la ayuda de modelos de bronce o terracota (como el célebre hígado de Piacenza), donde las casillas que lo dividen vienen marcadas con los nombres de las divinidades (deorum sedes), de la misma forma que se imaginaba para el cielo. La aruspicina o extiscipina era, pues, diferente de la litatio romana: no se limitaba solo a examinar el buen estado de los exta antes de ofrecer la víctima a la divinidad, sino que “consultaban” el interior de las vísceras para leer en ellas indicaciones precisas sobre el porvenir.



Los arúspices, partiendo de la división de la bóveda celeste en regiones, no tenían tampoco dificultad en reconocer qué divinidad había lanzado el rayo (considerado como un auspicium maximum), si éste era de buen o mal presagio y cuál era su significado. Pero, además, los arúspices estaban en disposición no solo de expiar, observar e interpretar los rayos, sino también de rechazarlos o de atraerlos (los llamados fulmina auxiliaria) mediante el uso de ciertos ritos y ciertas plegarias. La historiografía latina se hace eco de varios episiodios en los que el ejército romano fue alcanzado durante la conquista de Etruria por el rayo desviado por los arúspices; todavía en el año 408 d.C., cuando las tropas de Alarico asediaban la ciudad de Roma, los arúspices etruscos fueron convocados por el prefecto para que defendieran la ciudad valiéndose de esta ciencia. Esta habilidad para dominar las tormentas se dio también entre algunos encantadores: los tempestarios y nigromantes, tal vez estén más relacionados de lo que creemos con los arúspices.



Por último, también el prodigio, como ya hemos visto, podía en la ciencia aruspicinal etrusca prefigurar el porvenir al atribuírsele no solo un sentido funesto (como hacían los romanos) sino también la posibilidad de un valor favorable para el hombre o la ciudad. Imaginemos si no la conmoción, al menos sí la sorpresa que se produjo entre la población romana cuando en el año 172 a.C., tras haber sido alcanzada por un rayo la columna rostral erigida en el Capitolio (lo que, con arreglo a las costumbres tradicionales, era considerado uno de los peores prodigios posibles), los arúspices interpretaron el prodigio como anuncio de felices acontecimientos:



Respondieron los arúspices que este prodigio resultaría bien y que anunciaba una extensión de las fronteras y la aniquilación de los enemigos. En efecto, los “rostra”, abatidos por la tempestad, provenían de los despojos arrebatados a los enemigos (Livio XLII, 20, 1).



El complicado ritual que seguían los arúspices etruscos para examinar las entrañas de las víctimas o reconocer a la divinidad que había enviado el rayo, confería a este tipo de adivinación un carácter técnico que lo hacía aún más atrayente y que, sin duda, debió de impresionar a las familias dirigentes romanas. No sorprende, pues, que a partir del siglo II a.C., los arúspices lucharan de parte del Senado en defensa de los intereses oligárquicos. Dicha colaboración se puso de manifiesto, por ejemplo, en el año 121 a.C. cuando los arúspices difundieron entre el pueblo la noticia de graves prodigios coincidiendo con el momento en que Cayo Graco establecía sobre la antigua Cartago la colonia de Junonia, proyecto al que por su popularidad se había opuesto repetidamente el partido senatorial. La multiplicación de signos divinos desfavorables coincidió nuevamente cuando Mario, otro político popular, trataba de adueñarse del poder o cuando Catilina lo disputaba con Cicerón en el año 65 a.C:



Recordaréis, en efecto, que durante el consulado de Cota y Torquato, varias cosas en el Capitolio fueron fulminadas por el rayo, y que entonces las imágenes de los dioses fueron removidas y derribadas las estatuas de nuestros viejos prohombres, licuados los bronces de las leyes y alcanzado también el fundador de esta ciudad, Rómulo, que recordareis, pequeñuelo, sus labios a los pechos de una loba, según la representaba una estatua dorada en el templo capitolino. En aquel tiempo, arúspices llegados de toda Etruria predijeron la inminencia de muertes e incendios, la extinción de las leyes, la guerra civil y doméstica y el ocaso de la ciudad y el Imperio si los dioses inmortales, aplacados por todos los medios, no torcían con su poder casi el curso de los hados (Cicerón, Catilina III, 18-19).



Pero existía –en relación con la práctica aruspicinal- otro elemento no menos interesante: sus libros sagrados, conocidos en latín como la Disciplina etrusca. Se trata de libros de origen divino cuyo contenido había sido revelado por profetas. Unos eran atribuidos a Tages, el fundador de la aruspicina, otros a la ninfa Vegoia, la lasa Vecu etrusca. Pero en conjunto todos trataban de los tres aspectos que abarcaba la ciencia adivinatoria etrusca y estaban por ello divididos en libri haruspicini, libri fulgurales y libri rituales. Augusto, según nos dice Servio, los depositó, junto con los Libros Sibilinos, en el interior del templo de Apolo Palatino. Para entonces, gracias a la labor de eruditos de origen etrusco como Tarquitius Priscus o Caecina, los libros etruscos habían sido traducidos ya al latín. Este hecho quizá favoreciera la apertura del sacerdocio a los latinos. En el siglo I a.C. muchos de ellos se habían integrado ya como arúspices en colonias y municipios y algunos llegaron incluso a acompañar a los magistrados y jefes militares. No parece, sin embargo, que este proceso haya puesto en peligro el prestigio de los arúspices etruscos, cada vez más reducidos en número, algunos de los cuales pasaron a integrar el célebre y cualificado Ordo LX haruspicum cuyos orígenes se remontan, quizá, a los tiempos de la reorganización senatorial.



Ya en época visigoda, San Isidoro los define en sus Etimologías (año 621):



El nombre de arúspice ("Haruspice") significa algo así como “observadores de las horas”, y es que ellos tienen muy en cuenta los días y las horas en la ejecución de los asuntos y trabajos, y establecen que es lo que el hombre debe cumplir en cada momento. Examinan también las entrañas de los animales y por ellas predicen el futuro.



Se cuenta que un tal Tages (Nt: Tages es una de las importantes figuras de la mitología etrusca) que transmitió a los etruscos el arte de la aruspicina: dictó con sus propios labios la ciencia de los arúspices, y nunca más fue visto. Cuenta la fábula que en una ocasión en que un campesino se encontraba arando, surgió súbitamente de entre los terrones y le dictó la ciencia aruspicial, muriendo ese mismo día. Los romanos tradujeron esos libros de la lengua etrusca a la latina.



Los arúspices fueron condenados en el concilio de Toledo del año 633, presidido precisamente por San Isidoro. En el Fuero Juzgo del año 681 se dictaron leyes contra ellos y otros adivinadores. El nombre “arúspice” parece haberse perdido en las tinieblas de la Alta Edad Media. En textos españoles del siglo XII en adelante se habla de agoreros metiendo en el mismo saco a todas las variedades de agüeros. Estos agoreros son definidos como hechiceros. La prueba evidente de que los arúspices eran considerados agoreros en esta época, la tenemos en un documento español del siglo XIV referido a la aruspicina en la antigua Roma:



Otro sí vn agorero, faziendo sacrificio de vn animalia, amonestó al César, que se guardase de vn grande peligro, que le venía antes de los ydus de março. Calfurnia, su muger del César, vido en sueños que se caya toda su casa e que veya al César cuerpo muerto en su regaço. E no lo embargando todas estas cosas e señales, aquel día el César salió de su palaçio e vino al Capitolio.



Si bien se habla con frecuencia de catar agüeros en estornudos, vuelos de aves, palabras, objetos, etc., no se hace mención explícita al examen de las vísceras de los animales en ningún documento. Esto quiere decir que o bien no existía ya, o bien era una práctica muy minoritaria. Esta práctica adivinatoria no es exclusiva de Europa, incluso hoy día existen en algunas tribus indígenas individuos que catan y consultan las entrañas de los animales.