martes, 20 de marzo de 2012

Adivinos IV: Sortílegos


Los sorteros eran adivinadores populares que averiguaban el futuro por medio de el azar o la suerte, para ello se valían de diferentes medios. Entre los babilonios se usaron métodos como un puñado de harina o granos para hacer presagios. Sabemos que los hititas echaban suertes. Los griegos usaron con bastante frecuencia la cleromancia o adivinación por las suertes, pues éstas últimas no eran solo cuestión de azar, sino también se consideraban manifestación de los dioses. Este sistema tenía una amplia vertiente política, sobre todo en la designación de algunas magistraturas y sacerdocios menores o de los miembros de los tribunales, que en vez de ser elegidos directamente por el pueblo, eran nombrados mediante sorteo, de forma que se descargaba sobre la divinidad parte de la responsabilidad de la elección. Dentro de esta categoría existían diferentes variedades en función del instrumento que se utilizaba, como las flechas (belomancia), las varitas (rabdomancia) o los dados (psefomancia); éstos últimos se usaban en el santuario ático de Atenea Skiras.



Cuando Roma llevó a cabo la anexión territorial del Lacio e Italia, entró en contacto con numerosos templos de carácter oracular. En todos ellos venían practicándose, quizá ya desde la época arcaica, los oráculos per sortem, es decir, mediante la extracción al azar de una pequeña tablilla (sors) donde venía escrita la respuesta de la divinidad; ninguno de ellos practicaba, pues, ese otro tipo de adivinación que descansaba en el delirio inspirado de la sacerdotisa que parece haber sido desconocido. Uno de los que gozaban de mayor antigüedad y prestigio era el de Fortuna en Praeneste. Sabemos, sobre todo después del excelente trabajo de J. Champeaux, que el oráculo, en origen, era abierto solo en uno de los dos días que duraba la fiesta en honor de la diosa (9 y 10 de abril); quizá, al menos durante el Imperio, el oráculo era abierto también en ciertos días del año. El origen de dichas sortes es descrito por Cicerón en su De diuinatione (II, 85-86):



Los anales de los prenestinos dicen que Numerio Sufucio, varón respetable y de noble linaje, fue advertido muchas veces en sueños, hasta con amenazas, para que fuese a cierto paraje y partiese una piedra; que asustado por aquellas visiones se propuso obedecer, a pesar de las burlas de los conciudadanos, y que de la piedra partida salieron las sortes grabadas en encina, con caracteres antiguos. Aquel paraje, rodeado hoy por una barrera sagrada, está cercano al templo de Júpiter Puer, sentado con Juno sobre las rodillas de Fortuna, amamantado por ella y con tanta piedad reverenciado por las madres de familia. Al mismo tiempo, en el mismo sitio donde se encuentra el templo de Fortuna, brotó miel, según dicen, de un olivo; consultados los arúspices, contestaron que algún día llegarían a ser célebres aquellas suertes y que, por su mandato, se hizo de aquel olivo un arca en la que se encerraron las suertes que todavía hoy se sacan cuando lo aconseja Fortuna (II, 41).



Era un niño (puer, como el Júpiter representado junto a la diosa) quien mezclaba y sacaba las sortes (miscentur atque ducuntur o tulluntur) siempre bajo la inspiración de la diosa (Fortunae monitu). Después de ser extraídas, un especialista, el sortilegus Fortunae (equivalente a los prophetai de Delfos), las leía. En tiempos de Cicerón, las sortes eran pequeñas tablillas de madera de encina con fórmulas, en caracteres arcaicos, muy ambiguas, que permitían adaptarse a todo tipo de consultas planteadas a la diosa. Eran depositadas en un arca custodiada, como sabemos por la epigrafía, por Júpiter Arcanus. Otro antiguo oráculo, también transmitido por la diosa Fortuna, era el de la ciudad de Antium; su rasgo más peculiar es que se trataba de una pareja de diosas (díada) mencionadas por las fuentes como las vericae sorores, Fortunae Antiatae, Fortunas Antiatis, etc. y a cuya dualidad respondían también las estuatuas cultuales. Como en Praeneste, ambas ejercían al tiempo funciones oraculares, fecundantes y políadas. El procedimiento adivinatorio usado en Antium no es muy conocido, pero Macrobio lo cita de pasada para ilustrar el de Baal de Heliópolis:



La estatua del dios de Heliópolis es llevada en una litera (“ferculum”), como las imágenes de los dioses son llevadas en la procesión de los juegos circenses y los que la transportan son generalmente los hombres más destacados de la provincia. Estos hombres, con sus cabezas afeitadas y purificados por un largo periodo de abstinencia, van como el espíritu del dios (divino spiritu) les mueve y llevan la estatua no por su propio deseo, sino adonde el dios les dirige, como en Antium vemos las imágenes de las diosas movidas para dar sus oráculos (Macrob., Sat. I, 23, 13).



Este tipo de adivinación, a base de movimientos espontáneos es extraño a las religiones itálicas y característico, por el contrario, de los santuarios orientales (Zeus en Heliópolis o en Siwah, Apolo en Siria y en Egipto, etc.), lo cual ha hecho pensar que pudo ser adoptado por Antium, quizá a través de Cartago, en los siglos VI o V a.C. Conocemos otros más: el de Hércules Víctor de Tibur, el de Falerii y otras ciudades etruscas (Caere, Viterbo, Arezzo), el de Júpiter Apenninus de Iguvium, el de la fuente Clitumna descrito por Plinio, el de Forum Novum cerca de Parma, el de Gerión en territorio véneto o, el más tardío de Hércules en Ostia. De este último estamos informados gracias a un tríptico votivo publicado por G. Becatti en 1939, que representa a unos pescadores sacando con sus redes de las aguas las sortes del dios; todo parece indicar que su antigüedad no se remonta más allá del siglo II a.C. y que imitaron en gran medida a las de Praeneste. Todos ellos, a pesar de la diversidad de dioses que los dispensan (Fortuna, Hércules, Minerva, Gerión, etc.), tienen un denominador común: su naturaleza cleromántica. La arqueología ha proporcionado algunos ejemplares de estas sortes de los que dos son particularmente célebres: el disco de bronce de Cumas (con el nombre de Hera) y el guijarro del Museo de Fiésole con los nombres de Fortuna y Servio Tulio.



En general, las sortes conservadas adoptan una gran diversidad de formas y de materias. Muchas son tablillas de bronce o de madera pero otras están fabricadas con bronces o plomos. En cualquier caso, atestiguan el recurso casi exclusivo de la adivinación itálica a la escritura frente a una adivinación inspirada que en época histórica era rehusada. Roma mantuvo desde los comienzos de la República un enorme distanciamiento hacia todos estos santuarios oraculares ya en clara decadencia a finales de la República; dicha desconfianza viene primeramente explicada por el tipo de adivinación que se practicaba en ellos. El propio Cicerón dice que la adivinación per sortem es un género muy desacreditado que el sentido común rechaza y que en todos los lugares ha perdido ya la fama; finalmente termina preguntándose (De adiv. II, 41): “¿Qué fe merecen unas sortes que se sacan a una señal dada por Fortuna y que un niño escoge al azar después de mezclarlas?”



Es significativo que siendo Fortuna una diosa que gozó de gran popularidad en Roma y que era conocida por infinidad de epítetos (Fors Fortuna, Fortuna del Foro Boario, Fortuna Muliebris, Fortuna Virilis, Fortuna Viscata, etc.), no existan noticias sobre la actividad oracular de sus santuarios. Pero esa hostilidad viene explicada también por el temor a que sus oráculos fueran puestos al servicio de una peligrosa política anti-romana, especialmente cuando, por ejemplo, Roma y Praeneste se enfrentaron en numerosas ocasiones durante el siglo IV a.C., hasta que la ciudad fue tomada en el 338 a.C. Aún en el año 241 a.C., concluida la primera guerra púnica, el Senado romano prohibió al cónsul Q. Lutacio Cerco consultar las sortes de Praeneste, argumentando que se trataba de auspiciis alienigenis; era conveniente, pues, como dice Valerio Máximo, que la República se rigiera por los auspicios patrios y no por los extranjeros.



En época imperial romana, fue famoso el santuario de la diosa Fortuna en Praeneste que parece salir de su letargo a partir de época augústea. Tiberio, según nos dice Suetonio, intentó trasladar a Roma el arca que contenía las sortes:



Intentó suprimir los oráculos inmediatos a Roma; pero renunció a ello aterrado por un prodigio que protegió las sortes de Praeneste que, a pesar de haberlas llevado selladas a Roma, no las encontraron en el cofre en que las encerraron y no reaparecieron hasta que el cofre quedó colocado en el templo (Suetonio, Tiberio, 63, 1).



La medida se explica desde su inquietud hacia todo tipo de prácticas adivinatorias; según el propio Suetonio, Tiberio prohibió también las consultas privadas a los arúspices. Pero debemos recordar que la delicada salud del emperador favorecía las consultas a Fortuna sobre el momento de su muerte y su sucesión. La historiografía menciona también la costumbre del emperador Domiciano de consultar el oráculo de Fortuna a comienzos de cada año. Existen dudas sobre la historicidad de otra consulta oracular por parte de Severo Alejandro, pero sí sabemos que el oráculo mantuvo su actividad hasta el siglo IV. La familia julio-claudia mostró un especial interés por el oráculo de la Fortuna de Antium, como el anterior, muy próximo a Roma. Todo parece indicar que Augusto consultó a las veridicae sorores, como las llama Marcial, antes de emprender sus expediciones contra los bretones y los árabes en el 26 a.C. Calígula lo hizo también llevado de los temores que anunciaban su muerte; el oráculo –según cuenta Suetonio, Calígula, 57, 3- le aconsejó que se guardara de Casio. Pero el emperador se equivocó al ordenar la muerte de Casio Longino (procónsul de Asia) y no la de Casio Querea, su asesino.



La hija de Nerón y Popea nació en la villa imperial de Antium; aunque las fuentes no mencionan ningún tipo de consulta oracular si sabemos que, por decreto del Senado, se colocaron imágenes de oro de las Fortunas en el solio de Júpiter Capitolino, lo que probaría la piedad de la familia imperial hacia las Fortunae Antiatae. Las conquistas del siglo I multiplicaron en general las consultas de los jefes militares, deseosos de contar con un respaldo divino a sus empresas. Merece recordarse, por ejemplo, la visita efectuada por Tiberio al oráculo de Gerión antes de partir hacia Illiria:



Y algo más tarde, cuando camino de Iliria consultó cerca de Padua el oráculo de Gerión, sacó en suerte una cédula (“sorte tracta”) que le aconsejó que debía echar dados de oro en la fuente de Apolo para saber lo que quería; sucedió entonces que los dados arrojados por él mostraron el número más alto; y todavía hoy en día los visitantes pueden ver estos dados... (Suetonio, Tiberio, 14, 3).



En el concilio visigodo del año 572 se condena a los adivinos y sortílegos que expulsan el espíritu malo de las casas, descubran los maleficios o hagan las purificaciones de los paganos; En el concilio del 589 se condena a los que echan suertes, y por otro lado, a un tipo de adivino llamado sorticularii que hace engañosos cánticos.



San Isidoro de Sevilla definió a los sortílegos en sus Etimologías:



Sortílegos (“Sortilegi”) son los que so capa de una falsa religión, practican la ciencia adivinatoria sirviéndose de lo que ellos llaman “sortes sanctorum”, o bien prometen descubrir el futuro mediante el examen de determinadas escrituras.



El sortilegio –a veces convertido en rapsodomancia- conoció una gran difusión. Así se nos han conservado la sortes Homericae, las sortes Vergilinanae (solamente en la Historia Augusta encontramos ocho casos) y, con los cristianos, las sortes Biblicae. Las sortes sanctorum implicaban el uso de las Escrituras. Se condenó a los sortílegos en el concilio del 633.



En el sínodo de León de 1267 se prohibe bajo excomunión “que ningún clérigo sea encantador, nen adivinador, ner sortero, nen aqueyador”. En el Fuero juzgo traducido en el siglo XIII, así como en las Partidas, se prohiben las consultas a los sorteros. Era muy habitual entre los sorteros el uso de habas, cédulas o semillas para sus suertes. Santo Tomás de Aquino (s.XIII) define la forma de adivinar de los sortilegios como “hacer uno mismo alguna cosa para conocer lo oculto”. Sin embargo, en el Malleus Malleficarum (redactado en 1486), el sortilegio es equivalente al prestigio o maleficio. En el mismo texto, se ofrece una opinión distinta:



Existen 14 especies de supersticiones en los tres géneros de adivinación: tres géneros, de los cuales el primero se ejerce con invocación expresa del demonio; el segundo únicamente por una consideración tácita de la disposición y del movimiento de algo, como las estrellas, los días, las horas, etc.; la tercera por la consideración de algún acto humano con la intención de descubrir en él alguna cosa oculta. Las tres llevan el nombre de sortilegios.



En el glosario del Fuero Juzgo (siglo XIII) el sortílego es un adivino.



El Maestro Ciruelo habla sobre la Sortiaria hacia 1530:



La séptima y postrera arte adivinatoria se llama Sortiaria, quiere decir que adivina por las suertes lo que ha de ser. Estas suertes se echan en muchas maneras: o con dados o con cartas de naipes o con cédulas escritas; y de esta manera hay un libro que llaman de las suertes, donde se traen reyes y profetas que digan por escrito las cosas que a cada uno le han de acontecer. Otros hacen las suertes por los Salmos del Salterio; otros con un cedazo y tiseras adivinan quien hurtó la cosa perdida, o dónde está escondida; y otros hacen otras liviandades de tantas maneras que no se podrían contar. Y todas ellas pueden llamarse suertes y quien las usa peca mortalmente, porque con ellas sirve al diablo y se aparta de Dios y de los cristianos siervos de Dios.



Verdad es que allende de estas suertes adivinatorias, hay otras dos maneras de suertes que algunas veces se pueden hacer sin pecado: la una es suerte consultoria, que quiere decir para consultar alguna cosa con Dios que no se puede saber por ingenio humano; y los siervos de Dios algunas veces se encomiendan a Dios que lo revele por su misericordia. Estas maneras de suertes usaban en la vieja en la vieja Ley los profetas, y de esta manera los Santos Apóstoles echaron suertes entre Santo Matía y un José justo, suplicando a Dios que les declarase a cuál de aquellos dos santos tomarían por apostol, en lugar de Judas el traídor. Mas éstas suertes consultorias los cristianos no las han de hacer sino muy atarde, y no si no en tiempo de alguna grande necesidad; y a solos los prelados y príncipes conviene hacer este acto por el bien común de sus pueblos, y haciendo primero decir misa del Espíritu Santo y otras devotas oraciones a Dios.



La otra manera de suerte se dice divisoria, quiere decir para dividir o partir alguna cosa y saber cuál de las partes ha de haber este hombre y cuál el otro; y aunque esta manera de suerte se use mucho entre los cristianos, más no se debe usar sin necesidad, es a saber, para excusar questiones y barajas entre los hombres; porque cuando sin enojo ellos de pláceme a pláceme se avienen y por cortesía cada uno toma la parte que el otro le quiere dar, no hay necesidad de echar suertes, porque en ellas parece que los hombres quieren tentar a Dios, queriendo que declare su voluntad sobre aquel hecho; y esto no se ha de presumir hacer sino en cosas de mucha importancia y que haya necesidad.



Algunas magas españolas del siglo XVII, para conseguir la presentación inmediata del hombre amado para cohabitar con él hacían un sortilegio que llamaban de “las torcidas”, consistente en fabricar nueve mechas con tiras de un trozo de lienzo que hubiera estado impregnado de semen masculino, exclamando al colocarlas en el candil:



Conjúrote con tres libros misales y tres Iglesias parroquiales.



Y rezarle un Padre nuestro y un Ave María a Santa Marta durante nueve noches consecutivas, mientras les prendían fuego. Ésta era la forma más simple ya que había quien hacía lo mismo, pero con la siguiente invocación:



Conjúrote vida de la vida, de la carne, de la sangre de (fulano) que me ames, que me estimes, que me regales, que me des cuanto tuvieres y me digas lo que supieres. Que te conjuro (fulano) con Barrabás que así como estar torcidas arden en este candil, así me quieras.



Otras magas mucho más exigentes e impacientes, para darle mayor fuerza y eficacia, se encomendaba a todos los diablos añadiéndole:



Con Satanás, Caifás, con el chico, con el grande, con el mayor, con el de la portería, con el de la carnicería, con el del carnero, con el del matadero, que todos os junteis y do está (fulano) irás, y en el corazón entrarás.



Cuando se reunían varias sortílegas, después de rezados el Padre nuestro y el Ave María a Santa Marta y concluida la invocación, hacían una extraña ceremonia sentadas en el suelo en círculo alrededor del candil con la mecha encendida, en la que tomaban nueve habas, tres granos de sal, tres carbones, una vela de cera normal y otras nueve más pequeñas que se las iban pasando unas a otras hasta que recorrían tres veces consecutivas por todas las asistentes que, en caso de ser un número superior a nueve, las demás permanecían con las manos juntas esperando la llegada y una vez concluido este ceremonial, las arrojaban al centro del círculo; después tomaban dos de las nueve habas, que cada una representaban a un sexo distinto, las señalaban con los dientes y las lanzaban sobre el interior del cerco; si casualmente las habas se juntaban, ello significaba que la persona ausente, por la que se había realizado el conjuro, llegaría prontamente y ardiendo en amor.



Había otras muchas magas que hacían sortilegios utilizando un cedazo, como pudiera ser el conocer si se realizaría su casamiento o por el contrario no llegaría a efectuarse, si su amante aún la llamaba y acudiría a su ardorosa llamada, con solo pronunciar:



Yo te conjuro cedazo, con San Pedro y San Pablo y Cristo crucificado. Y, si (fulano) me quiere, anda, y si no, para.



Para saber a qué atenerse en las más variadas circunstancias, le preguntaban al cedazo:



Por San Pablo y San Pablo y el Apóstol Santiago, Sampiolín y Sampiolán. Y a ti Diablo Cojuelo que me digas la verdad (si se ha de hacer tal cosa), y si el cedazo se movía, era señal afirmativa de que se efectuaría lo que se le había consultado y en caso de permanecer estático, que sería casi siempre, la respuesta era negativa.



Un sortilegio muy utilizado por la gran mayoría de las magas era el denominado del “ánima sola” que consistía en rezar a media noche, con los cabellos revueltos y una vela de cera encendida en un lugar en el que pudiera contemplarse el cielo, la tercera parte del rosario aplicado al alma a la que le querían preguntar, para después entrar de lleno en el conjuro:



Ánima sola, la más sola, y la más sola. Alma ven, que te llamo, que te he de menester. Yo te conjuro ánima sola, con los tres vientos. Yo te conjuro ánima sola, con los tres elementos. Yo te conjuro ánima sola, con la sangre de Lucano. Yo te conjuro ánima sola, con las doce tribus de Israel. Yo te conjuro ánima sola, con todos aquellos que en la peña carmesí están, que todos os juntéis y por el puente del rio Jordán pasareis, las nueve varas de mimbre negro me cojeréis, tres me las clavareis a (fulano), por el corazón, que no pierda mi amor, tres en el sentido que no me eche en olvido.



Nunca faltó quien, con el firme propósito de intentar mejorar su efectividad, le añadiera:



Que hinquen por la espalda, por que no vean sus faltas, guerra me le daréis y con esto me le traeréis, que no me lo dejéis estar, ni reposar, hasta que conmigo venga a estar.



Una variante de las anteriores oraciones era la siguiente:



Ánima sola, ánima sola, ánima sola, la más sola, por otras Santas, y la más triste, la más triste y la más desesperada, la más desesperada, la más desesperada más no de mi Señor Jesucristo. Yo te conjuro con el corazón del hombre muerto a hierro frio. Yo te conjuro con aquellos que están en la peña carmesí, que todos os junteis y no le dejeis a (fulano) parar, ni reposar hasta que me venga a buscar.



Según el mismo Calificador, para conseguir el amor de una persona era de uso corriente el “sortilegio de la toca”, que consistía en la colocación disimuladamente de un naipe bajo el ara de un altar y esperar a que se dijeran sobre él tres misas, con sus correspondientes Evangelios, concelebradas por tres sacerdotes, y después “tocar” con él durante tres días: el de Navidad, San Juan y Jueves Santo, antes de la salida del sol, al que desearan seducir.



No ha existido ninguna hechicera que no fuera maestra en echar suertes, siendo las más usuales la de los naipes, de las habas, de del cedazo, del lebrillo con agua, de las naranjas, con lumbre y sal, además de otras muchas según el ingenio de la autora ya que cada una rivalizaba con las de su profesión en el invento de toda clase de suertes, conjuros, hechizos y filtros. La “suerte de las cartas” la realizaban en presencia de la persona interesada, para lo cual le asignaban previamente a cada naipe un valor propio y simbólico, por ejemplo: los reyes significaban, por sus luengos ropajes, a los eclesiásticos; los caballos, a los seglares y las sotas, a las mujeres. La sesión la iniciaba con esta imprecación:



Yo te conjuro naipe uno a uno, con dos, con tres, con cuatro, con cinco, con seis, con siete, con ocho y con nueve, con Caifás Barrabás y doña María de Padilla.



Tras barajar las cartas, las iba colocando sobre una mesa conforme fueran apareciendo y, si al “echar la carta” la primera que aparecía era una sota y después el caballo del palo que la hechicera hubiera nombrado, ello indicaba que era correspondida, quizás con exceso, por su amado; si salía el dos de espadas o el dos de bastos, que se hallan paralelos, significaban caminos y su explicación era que la consultante o la persona por la que se hacía la pregunta se pondría en camino para un inmediato encuentro; en caso de que fueran oros, éstos indicaban la obtención de dineros por la vía fácil y rápida; si pintaban espadas, era señal de que tendría una gran pesadumbe; si copa satisfacciones y el súmmun si salía el as de oros; éste era un anuncio inequívoco de que recibiría inmediatamente una misiva con excelentes noticias de la persona a la que impaciente esperaba.



Como herramienta inseparable de trabajo dispuesta en todo momento a satisfacer las demandas de las clientas, algunas hechiceras llevaban envueltas en un pañuelo unas cuantas habas para ejecutar la llamada “suerte de las habas” que consistía en colocar sobre el pañuelo un montoncito de las leguminosas al que seguía su bendición: “en el nombre del padre, del hijo, y del Espíritu Santo”. Después se lanzaban al aire y si casualmente se reunían tres o cuatro, indicaba camino, es decir, que uno de ellos saldría al encuentro del otro; si se juntaban seis, era indicio de que muy pronto recibiría carta de quien no tenían noticias; cuando se agrupaban tres y una quedaba un tanto separada, denotaban, las unidas camino y la suelta la persona que se hallaba en marcha.



Otra modalidad de la “suerte de las habas” estribaba en distribuir por encima de una mesa o lugar elegido ciertos objetos o materias como pan, carbón, unas cuentas piedrecillas, cristales, alumbre, cera, una moneda, un hueso de aceituna y otras bagatelas por el estilo, a las que previamente le habían asignado una representación o valor un tanto simbólico; así por ejemplo, el pan significaba abundancia de comida; el carbón, por negro, la noche; las piedras, encuentro de alojamiento o vivienda; los cristales y el alumbre, abundancia de agua; la cera, muerte; la moneda, incremento de la hacienda y por consiguiente el aumento del bienestar y el hueso de aceituna, la carne. Si al lanzar las habas alguna de ellas caía junto a uno de estos objetos, ya sabían lo que les había de suceder.



Las suertes fueron en la Edad Media y siglos posteriores, un método de adivinar muy popular entre las clases bajas. Mientras el sortero se dedica exclusivamente a echar suertes, el sortílego parece indicar a un hechicero que mezcla cosas religiosas con profanas para que su magia haga efecto. Debido a esto, no era extraño encontrar clérigos que se dedicaban a estos menesteres. No obstante, el campo de los sortilegios estaba ampliamente dominado por las mujeres. Probablemente los sortilegios fuesen lo mismo que los cármenes, ya que éstos eran fórmulas mágicas en rima que requerían acciones supersticiosas por parte del mago. Es curioso que el término “carmen” perdió fuelle en la Alta Edad Media, época en la que empezó a usarse “sortilegio”, posiblemente debido al avance del cristianismo. El sortilegio, como hemos visto, no era más que un carmen cristianizado.



En la magia musulmana es frecuente la baraka, especie de suerte que poseen los morabitos o bien se trata de la baraka popular (sortilegios) para diferentes propósitos. Entre los más conocidos se encuentran:



-Baraka del trigo

-Baraka de los higos, dátiles y las uvas pasadas.

-Baraka de la mantequilla en el odre.

-Para conservar el trigo.

-Para obtener buena caza.

-Para la caza o la pesca.

-Para conseguir pesca muy abundante.

-Para hacer prosperar el comercio.

-Para atraer a los clientes.

-Para romper las cadenas y las cerraduras.

-Cuadratura del gallo para encontrar un escondite.

-Terbih de la borla.


Básicamente se trata de escribir cármenes, caracteres mágicos o textos en papeles acompañándolo de diversas acciones o recitaciones para obtener buena suerte en algo.

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