jueves, 20 de septiembre de 2012

Artificios del mago V: Fijaciones

Se suele creer que la práctica de atravesar una figura para causar un mal a alguien procede originalmente del vudú. Nada más lejos de la realidad. Olvidamos casi siempre que la creencia en la brujería y la magia en el occidente europeo estuvieron firmemente asentadas hasta bien entrado el Renacimiento. Estas prácticas hechiceriles recibieron el nombre de defixium (fijación), pues para que la magia tuviera efecto el objeto en cuestión era atravesado por un clavo. En los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia clasificó la magia, a imitación de los griegos (teurgia/goecia), en fijación (defixium) y consagración (consacratio). El clérigo hispano Prisciliano (s.IV d.C.) fue acusado de practicar la fijación. Este tipo de hechicería era bastante antigua, y para su práctica se empleaban comúnmente tablillas de plomo.



Las tabellae defixionum gozaron de gran popularidad. Si bien, a juzgar por el catálogo de A. Audollent, son raras antes del siglo I a.C. y proceden solo de la Campania, se multiplican desde época silana ampliándose también su procedencia geográfica (Capua, Cumas, Puzzoli y Roma). Todas las categorías sociales se interesaron por sus efectos. Se trata de láminas de plomo, a veces en forma de figura humana, sobre las que se grababan palabras o expresiones de maldición. Eran empleadas ya en la Grecia del siglo V a.C. y en la Italia del IV a.C. para maldecir a individuos (o también a familias y grupos sociales) sobre los que se deseaba que cayera todo tipo de desgracias (como enfermedades, la imposibilidad de hablar u oír o incluso la muerte). Con mucha frecuencia se ansiaba, particularmente, inmovilizar al adversario; la intención era simbolizada por un clavo que atravesaba la lámina de plomo y lo fijaba en sepulcros (ésta era una de las causas más frecuentes de violaciones), pozos y, en general, en lugares profundos, considerados como acceso al mundo subterráneo. Abajo clavo extraído de una tabla.


Por ello las defixiones eran consagradas a divinidades infernales como Hécate, Plutón, Proserpina, etc. Quienes las escribían o mandaban escribir daban todo género de detalles (nombre, filiación, domicilio) sobre el enemigo (así como las partes del cuerpo que debían ser afectadas), con el fin –como ocurre en el ritual religioso- de evitar cualquier error de las potencias maléficas encargadas de ejecutar la maldición. Así por ejemplo:

Buena y bella Proserpina, esposa de Plutón, o Salvia, si es necesario llamarte así, destruye la salud, el cuerpo, el color, las fuerzas, las facultades de Avonia. Entrégala a Plutón, a tu esposo. Que ella no pueda, por sus pensamientos, evitar el maleficio... Yo te doy la cabeza de Avonia, yo te doy los párpados de Avonia, yo te doy las pupilas de Avonia, Proserpina Salvia, yo te doy las orejas, los labios, la nariz, los dientes, la lengua de Avonia para que Avonia no pueda decir dónde sufre; su cuello, sus espaldas, sus brazos, sus dedos, para que ella no pueda ayudarse de nada; su pecho, su hígado, su corazón, sus pulmones para que ella no pueda sentir dónde sufre; sus intestinos, su vientre, su ombligo, su dorso, sus flancos, para que ella no pueda dormir; su vejiga para que ella no pueda orinar; sus nalgas, sus muslos, sus piernas, sus tibias, sus rodillas, sus pies –talones, plantas, dedos- para que ella no pueda por sus propias fuerzas sostenerse en pie (CIL I, 2, 2520).


El deseo de que la persona enemiga permanezca muda o no pueda decir dónde le duele, era casi una constante en este tipo de imprecaciones mágicas que pedían a las potencias infernales que el adversario no pueda responder ni hablar. Cicerón recuerda el caso de C. Escribonio Curio un orador que sufría contínuas pérdidas de memoria llegando a quedar mudo. La causa no era otra que los maleficios y las fórmulas mágicas de la hechicera Titinia. Algunas tabellae, contienen palabras escritas al revés. Así, por ejemplo una, redactada para maldecir a un ladrón de toallas en los baños, dice en la versión original y en la restituida por A. Audollent (Defixionum Tabellae, París 1904, 104):

Qui mateliu tiualo ni cistauqilc mocauqa lle at. minq mae tiuaul...
Qui mihi ma(n)telium in(u)olauit, sic liquat com agua ell(a)m(u?)ta, ni q(u)i eam saluauit.

Es decir: “Aquel que me ha robado mi toalla se licuefique como esta agua muda, a menos que me la haya puesto al lado”. El propósito de ocultar el significado de las palabras no es otro que el hacerlas comprensibles sólo al mago y a las fuerzas infernales cuya intervención se invoca para castigar al ladrón. En otras ocasiones junto al texto aparecen signos, letras, serpientes entrelazadas, flechas, triángulos, etc.

Los dioses más invocados en las tablas defixionum escritas en griego fueron: Hécate, Perséfone, Hermes, Démeter, Plutón, Isis, Osiris, Tifón-Seth, Baal, Eresquigal (babilonio), Yavéh y sus ángeles y arcángeles. Fueron frecuentes entre los siglos VI a.C. y V d.C., al principio eran textos escuetos, pero con el transcurso del tiempo se hicieron más desarrolladas literariamente. Las dos encontradas en Ampurias del siglo III d.C. hacen alusión a nombres escuetamente.

Se colocaban bajo tumbas y templos de divinidades infernales (en menor medida) al principio y más tarde en pozos o lugares con agua. Se solían enterrar bajo las tumbas de los “muertos prematuros”, pues estaban enojados y sedientos de venganza. Pelos, uñas y telas de ropa de la víctima acompañaban normalmente a las tablas. Otro modo era el enterrar figuritas, sobre todo con fines eróticos, también había otras para favorecer el parto y la fecundidad, la cura y prevención de enfermedades o las buenas cosechas, pero el fin más extendido era el maléfico.


En España tenemos una prueba de estas prácticas en las Partidas (s.XIII):

Otrosí defendemos que ninguno no sea osado de hacer imágenes de cera, ni de metal, ni otros fechizos malos para enamorar los hombres con las mujeres, ni para departir el amor que algunos hubiesen entre sí.

En el vudú, las personas que desean vengarse de sus enemigos o eliminarlos acuden al bokó (maléfico) para que les haga un maleficio. Para que el hechicero pueda actuar, debe primero fabricar un muñeco con cera que represente a la persona a la que se ha de dañar y pagar la suma que el bokó estime en concepto de honorarios. Una vez que el maléfico tiene la figura, la atraviesa con un alfiler al tiempo que recita fórmulas mágicas. Éstas son las que producirán, en el cuerpo de la persona representada por el muñeco, una o varias enfermedades, según cómo y dónde pinche la figura. La forma de librarse de este tipo de maleficios es portar amuletos y talismanes o contar con la protección de un espíritu fuerte que pueda neutralizar el mal.