lunes, 1 de abril de 2013

Sobre los dioses II

En la entrada anterior aportamos información abundante sobre la palabra "dios", así como el uso y abuso posterior del vocablo con fines religiosos, políticos y finacieros. Hoy seguiremos profundizando un poco más en lo divino para esclarecer qué se oculta tras tantos mitos y leyendas. Es algo que no debe quedar en el aire. A modo de repaso indicaremos que "dios" viene de la raíz indoeuropea deiw- ("brillar", con otros derivados como "cielo" o "día"). Con grado cero y sufijo diw-yo- tenemos "Diana" (diosa lunar). Otra raíz etimológica asociada de algún modo a los dioses es leuk- (luz, esplendor). Términos afines son el sánscrito rócate "reluce", roká- "luz"; avéstico raocant- "esplendoroso"; arameo lois, galés llug; irlandés antiguo luchair; anglosajón leoth; alto alemán antiguo loh; islandés antiguo lon y el lituano laukas "pálido". Con sufijo leuk-na se incluye el latín luna. La raíz no deja ninguna duda de su relación con el dios pancéltico Lug y la luna (deificada bajo el nombre de Diana).





El origen de los dioses -por lo que sugiere la etmología- se halla en el cielo y más concretamente en los objetos brillantes que se ven en el firmamento. En definitiva nuestros antepasados más remotos observaban a los astros con asombro y curiosidad. Les dieron nombres y los sacralizaron por la imprescindible función que realizaban: el astro rey proporcionaba calor, luz diurna y vida; la luna representaba la noche y afectaba a las mareas; los relámpagos eran claramente signos divinos del poder de los dioses, etc. No es extraño que las mismas estrellas y los planetas recibieran nombres de dioses.




Creo sinceramente que la astrología fue la verdadera ciencia asociada a los dioses. Los marinos aprendieron a guiarse por el mar gracias a las estrellas; asimismo el cálculo de las estaciones, los días y los horóscopos también se aprendieron a base de interminables estudios del cielo que duraron milenios. Los sabios de la antiguedad pasaban largas noches observando el cielo en lugares elevados con objeto de desentrañar los misterios divinos, fueron ellos quienes enseñaron la astrología por primera vez. La propia Tierra era la diosa llamada Era, la cual brilla como todos los planetas gracias al sol. En cierto modo los planetas son seres vivientes que respiran y proporcionan vida en su seno a plantas y animales.






Con la llegada de la agricultura el hombre comenzó una vida sedentaria, ello facilitó la reproducción humana y el ocio como nunca se habían conocido. Sin embargo la sobrepoblación produjo guerras y epidemias por doquier, seguramente fue el precio a pagar por dejar la vida errante. Una nueva casta social (poetas y bardos) se ganó al pueblo creando los mitos de los dioses a base de mucha imaginación. El halago es una forma de vida así que con patrañas y exageraciones los poetas dieron historia, personalidad y sentimientos humanos a los astros. A vista del éxito obtenido, y lejos de quedar ahí sus invenciones o alabanzas, usaron la misma táctica sacralizando a aristócratas (propiamente "el mejor") y nobles (literalmente "conocido") del pasado. 




Los héroes alcanzaron rango semidivino; los dioses lares eran los fallecidos con méritos (los santos cristianos se basan en ellos). Personajes históricos como Jesucristo (al cual algunos emperadores romanos le rendían culto como dios lar) fueron también convertidos en hijos de Dios, nada raro pues no debe olvidarse que Israel estaba notáblemente influenciada por el paganismo heleno y romano. Por si fuera poco desde época augusta se puso en boga el culto al emperador como ser divino, costumbre que heredó el Medievo en la figura de los reyes. El indoeuropeo es de carácter claramente politeísta.





Del verbo "esplender" (propiamente "brillar, resplandecer") derivó "esplendor" y "espléndido". Se usó para referirse a las nobles acciones o a aquellos con majestuosidad divina. Ese carácter sacralizador de los difuntos (y a veces de los vivos) continua vigente en nuestros días como medida eficaz para mantener el status de una sociedad sedentaria. No es raro llevar a los altares a políticos, deportistas (el culto en Argentina a Maradona se da en algunas iglesias), artistas, etc., según sus méritos. Una buena prueba de la deificación de personas nos la ofrece San Isidoro (s.VII) en sus Etimologías:


Aquellos a quienes los paganos llamaron dioses se dice que en un principio fueron hombres, y que, después de su muerte, comenzaron a ser venerados entre los suyos de acuerdo con la vida y los méritos de cada uno. Tal es el caso de Isis en Egipto; de Júpiter, en Creta; de Juba, entre los moros; de Fauno, entre los latinos; de Quirino, entre los romanos. Otro tanto cabe decir de Minerva, en Atenas; de Juno, en Samos; de Venus en Pafos; de Vulcano, en Lemnos; de Líber, en Naxos; de Apolo, en Delos. Los poetas tomaron parte en sus alabanzas y, con los poemas que en su honor compusieron, los elevaron hasta el cielo.






Cuentan que el invento de determinadas artes dio origen al culto de algunos de ellos, como Esculapio, por la medicina; o Vulcano, por la forja. Otros reciben su nombre de sus actos, como Mercurio, que preside las mercaderías; o Líber, que deriva su nombre de “libertad”. Hubo también algunos que fueron hombres poderosos y fundadores de ciudades, en cuyo honor, cuando murieron, los hombres reconocidos erigieron estatuas para encontrar consuelo en la contemplación de su imagen; pero poco a poco y por incitación del demonio, este error fue arraigando de tal manera en sus descendientes, que, a los que honraron únicamente por el recuerdo de su nombre, sus sucesores terminaron por considerarlos dioses y les rindieron culto. El empleo de estatuas surgió cuando, por deseo de los difuntos, se hicieron imágenes y efigies suyas, como si se tratase de personas admitidas en el cielo, cuyo lugar suplantaron en la tierra los demonios para ser venerados, persuadiendo a los engañados y perdidos a que les rindieran sacrificios.




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